Ojeadas a un premio (¿in/oportuno?) (1 de 2)

1. El galardónLa concesión del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña a Mario Vargas Llosa ha suscitado una crisis (apenas en sus inicios) con ramificaciones que han de ser diversas y extendidas. En primer término,…

1. El galardón

La concesión del Premio Internacional Pedro Henríquez Ureña a Mario Vargas Llosa ha suscitado una crisis (apenas en sus inicios) con ramificaciones que han de ser diversas y extendidas. En primer término, la decisión del Ministerio de Cultura nos retrotrae a los ásperos enfoques de Vargas Llosa en torno al tema haitiano y a las decisiones de nuestro Tribunal Constitucional. Luego habría que situar esta medida en el escenario político nacional, apenas a 99 días del 15 de mayo, fecha de las elecciones presidenciales.

2. El premiado

Acaso para entender el principal aspecto del conflicto, sin ir más lejos, valdrá la pena un inciso en torno al carácter y a la singularidad del Premio Nobel peruano.
En primer término, admitamos que don Mario es hombre de arrebatos terrenales y de efusiones ideológicas tan intensas como mutantes. De los primeros dan buena cuenta las revistas del corazón (ver Hola!) y su propia obra literaria (La tía Julia y el Escribidor, Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto, Travesuras de la niña mala). Acerca de sus humores políticos y filosóficos (para simplificar la tarea del lector) anotaremos algunas fechas y ciertos cambios de dirección

3. Los cubanos de allá y los cubanos de aquí

Desde los inicios del régimen de Fidel Castro, Vargas Llosa se erigió en defensor rabioso de aquella quimera sanguinolenta, enfilada a crear la ontología del “hombre nuevo”. Tres años después, en 1972, cuando los inquisidores del régimen cubano humillan y convierten a Heberto Padilla en rigurosa papilla (únicamente por publicar un libro de poesía nombrado Fuera del juego), don Mario hace mutis para siempre del tenebroso escenario habanero.

En 1975 (y, de nuevo, tres años más tarde), ya transmutado el fervor castrista, don Mario dirige, junto a José María Gutiérrez Santos, la versión cinematográfica de su novela Pantaleón y las visitadoras. En esta cinta, donde actúan José Sacristán y Katy Jurado, Vargas Llosa hace el papel de un militar, con pistola al cinto. El rodaje de la película tuvo lugar en la República Dominicana, y en cierto modo la presencia del escritor fue auspiciada y celebrada con júbilo por el más prominente exilio cubano, ya acomodado en Casa de Campo y Altos de Chavón.
En torno al filme, don Mario curiosamente comentó en 2012: “Es una película que no hay que ver de ninguna manera, que si se cruza en su camino y ustedes me tienen en alguna estima, por favor no vean, porque además actúo. Es una película espantosamente mala y todo es culpa mía”.

4. La libertad del escritor

Otro resbalón sobre el encerado suelo de sus convicciones lo propició el dilema Sartre-Camus. En un artículo publicado en 2012, dice Vargas Llosa acerca de Jean Paul Sartre: “Después de veinte años de leerlo y estudiarlo con verdadera devoción, quedé decepcionado de sus vaivenes ideológicos, sus exabruptos políticos, su logomaquia y convencido de que buena parte del esfuerzo intelectual que dediqué a sus obras de ficción, sus mamotretos filosóficos, sus polémicas y sus ucases, hubiera sido tal vez más provechoso consagrarlo a otros autores, como Popper, Hayek, Isaiah Berlin o Raymond Aron”.

Huelga señalar que los días del “sartrecillo valiente” que era entonces Vargas Llosa quedaban olvidados dentro del mismo depósito de basura en que, desde tiempo atrás, dormían los discursos de Fidel Castro, la fotografía del Ché Guevara y los residuos de la rumbosa quimera estalinista de Sierra Maestra. A partir de entonces, y ya sin Sartre, las ideas de don Mario habrían de arrimarse a quien fuera el anti-Sartre, esto es, a la soleada tibieza mediterránea del gran libertario Albert Camus.

5. Santo Domingo y Haití: amores que matan

Concluiré esta saga de fervores deslizantes con dos escenas de la opereta de Vargas Llosa acerca del conflicto domínico-haitiano. En un artículo publicado en 1999 por el periódico español El País, don Mario abunda en elogios hacia la República Dominicana: “En el mes que acabo de pasar aquí –vuelvo luego de dos años—he recorrido el país en tres direcciones, de un extremo a otro y los cambios son notables: buenas carreteras, nuevas industrias, fiebre constructora en las ciudades principales…”. Más adelante prosiguen las loas: “Su democracia está lejos de ser perfecta, desde luego (…) Pero con sus imperfecciones y vacíos y, aunque principiante, es ya (…) una democracia, donde la sociedad civil se robustece, el poder militar interviene apenas en la política y una amplia libertad de prensa garantiza una vida cívica multipartidaria”.

Dos párrafos después, él dirá: “La República Dominicana es un país pobre que mejora; Haití, un miserable país –el más atrasado del hemisferio occidental— que empeora sin tregua, sumiendo a su desdichada humanidad, cada día más, en un infierno de hambre, desempleo, violencia y desesperación. Como, a diferencia de los individuos, no hay límites para el infortunio de todo un pueblo –los países siempre pueden estar peor–, lo más grave de la desdicha haitiana es que no se vislumbra en el horizonte la menor señal alentadora…”.

Aunque en noviembre de 2013 (y con toda certeza instigado por su hijo Gonzalo, Comisionado en nuestro país de la Agencia de la ONU para los Refugiados, ACNUR) ya resulta perceptible el súbito cambio de humor y de léxico de Mario Vargas Llosa respecto a los dominicanos, al decir: “La sentencia del Tribunal Constitucional dominicano es una aberración jurídica y parece directamente inspirada en las famosas leyes hitlerianas de los años treinta dictadas por los jueces alemanes nazis para privar de la nacionalidad alemana a los judíos que llevaban muchos años (muchos siglos) avecindados en ese país y eran parte constitutiva de su sociedad”.

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