Sobre carniceros y carnicerías

Winston Churchill parece haber sido un personaje fascinante, incluso encantador, un poco quizás como lo describe en su blog el reverendo José A. Fortea:

Winston Churchill parece haber sido un personaje fascinante, incluso encantador, un poco quizás como lo describe en su blog el reverendo José A. Fortea:

“Churchill representa la libertad. Es la cara del defensor de la democracia. Su rostro optimista, alegre, algo pícaro, rebosaba vitalidad. Su cara no era el rostro de un mero ser humano, era el rostro de una nación que luchaba por los valores de la tradición, del cristianismo, del parlamentarismo, frente a un Nuevo Orden.”[1]

Era como quien dice igualito al personaje que aparece en la última película sobre su vida que se estrenó recientemente en el cine a nivel mundial. Una vida ejemplar, vida de santo, dedicada al servicio de la humanidad y sobre todo de la patria. El mismo hombre que, según algunos opinadores delirantes, contribuyó mayormente al triunfo de los aliados y la derrota del nazifacismo.

Churchill es valorado “como uno de los más grandes líderes democráticos del siglo XX, uno de los grandes líderes de tiempos de guerra, un notable hombre de estado y orador, un brillante oficial de la Marina Real Británica, un gran historiador, excelente escritor y magnífico pintor. A todo lo anterior se añade el Premio Nobel de Literatura que le concedieron por su copiosa obra de historia, que incluye más de diez títulos, y la ciudadanía honoraria que le fue otorgada por los Estados Unidos de América.

En todo lo anterior hay mucho de verdad y mucho de exageración y mucho de ocultamiento, datos horripilantes que sus hagiógrafos no mencionan. Hay, en definitiva, otro Churchill, hay Churchill para rato y sobra Churchill.

Por ejemplo, en la carrera política y militar de Churchill se registran numerosos “episodios de incompetencia con otros de un terrible desprecio xenófobo por todos los súbditos coloniales de la corona inglesa, así como por los alemanes, a quienes consideraba como conflictivos y violentos por naturaleza”. [2] Uno de ellos fue la hambruna que provocó en Alemania, al fin de la primera guerra, mediante el bloqueo de sus fronteras para obligarla a firmar el tratado “de Versalles, el cual garantizaba la ruina económica alemana para varias décadas”. [3] Un bloqueo que provocó incontables víctimas entre la sufrida población civil.
En 1917, cuando empezó el proceso de desmantelamiento del imperio otomano después su derrota, los británicos ocuparon Irak donde establecieron un férreo dominio colonial que provocó el levantamiento de los árabes y kurdos.

En la medida en que aumentaba la resistencia, el señor Churchill, que en 1919 había expuesto públicamente su extrañeza al rechazo de las armas químicas”, se declaró “totalmente a favor del uso de gas venenoso contra tribus incivilizadas” y lo utilizó en 1920 contra los kurdos iraquíes, anticipándose de esta manera a Saddam Hussein.

“Los árabes y kurdos ya saben lo que significa en términos de víctimas y daños un bombardeo auténtico. En cuarenta y cinco minutos un pueblo de tamaño completo puede ser prácticamente eliminado y de un tercio de sus habitantes muertos o heridos.”

“Las bombas de fósforo, los cohetes de guerra, fuego líquido, bombas de retardo, muchas de estas armas fueron utilizadas por primera vez en el Kurdistán siguiendo los deseos de Churchill de buscar herramientas más prácticas y económicas de someter poblaciones tribales sin la necesidad de requerir costosas unidades de policías coloniales”.[4]

Durante la segunda guerra mundial, ante la dificultad y peligro que conllevaba el ataque de objetivos militares fuertemente defendidos, el gran humanista Winston Churchill, máximo líder de la Gran Bretaña, se propuso, y quizás lo logró, la eliminación de un millón de civiles alemanes mediante el bombardeo de ciudades. Los grandes conjuntos de edificios de viviendas familiares se convirtieron en objetivo militar.

La ciudad de Dresde, donde habitaba una enorme cantidad de refugiados e incluso prisioneros de guerra aliados, la llamada Florencia del Elba, que no revestía ningún interés militar, doce semanas antes del fin de la guerra fue arrasada por más de mil bombarderos pesados, que dejaron caer cerca de 4000 toneladas de bombas explosivas e incendiarias que la redujeron a cenizas. Eran “asesinatos masivos de civiles realizados en ‘legítima defensa”’.

Al llegar “a este punto, Churchill consiguió forzar la guerra entre Reino Unido y Alemania hacia un nivel superior de vesania y crueldad”.

Donde la gota de la crueldad rebosa la copa, es en el capítulo de “El Holocausto bengalí, que casi no se menciona, que casi no existe, que permanece casi como quien dice oculto para cubrir la vergüenza de su autor o autores:

“No es un episodio extraordinario ni atípico el hecho de que el genocidio moderno de millones de seres humanos sea totalmente desconocido para el gran público. Es la sistemática habitual de los poderes fácticos que controlan Hollywood y las productoras de televisión: hablarnos del holocausto judío como el mayor genocidio jamás cometido y el único en crueldad. Lo que sí puede ser sorprendente es constatar la total inexistencia de fuentes de información para estudiar el genocidio de entre 6 y 7 millones de indios bengalíes por influencia de Winston Churchill entre 1943 y 1945. Hablar de este hecho histórico aportando datos objetivos y pruebas objetivas resulta difícil. [5]

La hazaña militar más notoria pero menos mencionada del gran estratega es la aventura de Gallípoli, “una opción casi suicida” (y en contra de la opinión de sus asesores militares), para los miles de soldados que fueron enviados al matadero.

La aventura del entonces Primer Lord del Almirantazgo le costó la carrera militar y el odio de los propios ingleses y aliados, que lo persiguió durante décadas, pero el precio que pagaron sus tropas es imponderable:

“La sociedad británica sufrió un grave trauma por las 250.000 bajas militares que sufrió el ejército (más de 50.000 muertos). Desde entonces la palabra Gallípoli recuerda el alto precio que han de pagar millones de familias humildes y trabajadoras por la actuación frívola y caprichosa de un individuo cuyo cargo de líder militar le es otorgado por “status parlamentario”. Desde entonces, Chuchill fue conocido en la sociedad británica como “el carnicero de Gallípoli”.[6]

De hecho, “La batalla de Gallípoli fue una auténtica crueldad, una guerra de desgaste que lanzaba sobre los cañones los cuerpos de sus hijos. Una batalla sin sentido, una derrota aplastante para los aliados, en definitiva, una batalla que no debió librarse jamás”.[7]
Así lo explica Luis Reyes con su puntual ironía:

El fracaso de “la más noble Cruzada”
(segunda parte)
Luis Reyes

Errores. Las cosas fueron mal desde el inicio, pues los barcos confundieron el lugar de desembarco de la punta de lanza, una brigada australiana a la que dejaron en un lugar bautizado Cala de los Australianos, que se convertiría en una ratonera. Rodeados de terreno escarpado, con numerosas fuerzas turcas en las alturas, los australianos se ganaron el apodo de diggers (cavadores), por los túneles que tuvieron que excavar para protegerse del bombardeo enemigo. De forma inexplicable los Anzacs no perdieron la moral, eran hombres fuertes, acostumbrados a enfrentarse a una naturaleza salvaje, y tenían auténticas ansias por luchar. Los de las unidades de reserva llegaban a pagar cinco libras (bastante dinero en la época) por intercambiar su puesto con uno de la primera línea.

Enfrente, el Ejército turco sería inferior a los europeos en organización y armamento, pero los soldados otomanos eran durísimos y muy valientes. El choque de virilidades fue terrible, 50.000 hombres morirían luchando por el monte Chunuk Bair, que dominaba la zona. En la brigada de vanguardia australiana no se repartieron medallas porque no quedaban vivos testigos que informasen de los actos de heroísmo. Por todo eso, Churchill llamó a la aventura de Gallípoli “la última y más noble Cruzada”. Churchill sabía encontrar un titular, el periodismo fue su fuente de ingresos durante toda su vida y ganó el premio Nobel de Literatura, pero su excelente frase no podía ocultar un fracaso que era una bola de nieve, cada vez mayor. Los refuerzos llegaban a Gallípoli por millares, pero el plan no tenía arreglo, con un general Hamilton incapaz de enmendarlo o de reconocer el error y sacar a sus hombres del matadero. Al final había empleado medio millón de soldados aliados para nada, encajando entre 150.000 y 250.000 bajas. Otras tantas tuvieron los turcos.
_________________________________________________
[1] InfoCaótica: Winston Churchill, el sonriente rostro de un criminal de …
info-caotica.blogspot.com/2012/08/winston-churchill-el-sonriente-rostro.html
[2] Astillas de realidad: WINSTON CHURCHILL, EL GRAN GENOCIDA
astillasderealidad.blogspot.com/2018/01/winston-churchill-el-gran-genocida.html
[3] El Show de Truman: Winston Churchill. El gran genocida.
leshowdetruman.blogspot.com/2013/03/winston-churchill-el-gran-genocida.html
[4] WINSTON CHURCHILL, EL GRAN GENOCIDA – MAESTROVIEJO
https://maestroviejo.es/winston-churchill-el-gran-genocida
[5] IBID
[6] IBID
[7] La batalla/carnicería de Gallipoli | Columna De-rruti’s Blog
La batalla/carnicería de Gallipoli

Posted in OpinionesEtiquetas

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas