Miserere por todos

La patria existe al azar de las migraciones y del pan que da Dios.MARIO DE ANDRADE Cuestión, digamos, de circunstancias y de tiempo. De admitir semejanzas, ardores, devociones. Tan sólo agruparse a…

La patria existe al azar de las migraciones y del pan que da Dios.
MARIO DE ANDRADE

Cuestión, digamos, de circunstancias y de tiempo. De admitir semejanzas, ardores, devociones. Tan sólo agruparse a ojo de ciertas nociones bien sabidas. Y, después, aguardar. Que todo deviene obra de cultura y de paciencia, a fin de cuentas.

En el principio será el Verbo. Un idioma para entender la vida. Un lenguaje para llegar al origen. Entre nosotros, fabricar las palabras y la música y la risa. Una lengua para explicar las cosas, para cantar las cosas. A través de los sonidos descubrir cada signo, cada huella, cada sino. Un mundo apoyado en delgadas columnas de aire.

(El analfabeto absoluto es incapaz de escribir o leer su propio nombre. Analfabeto funcional, según la Unesco, es quien posee una escolaridad inferior al cuarto grado de la enseñanza primaria. Las estadísticas indican que dos de cada diez dominicanos son analfabetos absolutos y cuatro de cada diez podrían clasificarse como analfabetos funcionales o por desuso).

El espacio, más tarde. Casi hasta rozar la vastedad del espejismo. Una mirada larga que dibuja el horizonte plural. La tierra íntegra: valles, ríos, quebradas, colinas. La hierba y la lluvia, los peces y las flores. La llanura buena de caminar. Toda la tierra, absolutamente toda de nosotros, toda en nosotros, toda para nosotros. Hasta pisar el mar: ni más ni menos.

(Siete de cada diez dominicanos emplean leña o carbón como combustible doméstico. Al iniciar este siglo, los bosques cubren apenas mil kilómetros cuadrados, esto es, un 2% del territorio nacional. En la actualidad, las tierras agrícolas dominicanas se han reducido a menos de dos tareas por habitante).
Firme es el brazo que doblega la tierra. Firme y digno. Habrá una obstinada renuencia de espinas en el yermo. Para ello, plantar un individuo de sólida raíz en cada surco, un hombre de inédita labor en cada bosque. Nada más así. Con la ambición de un techo para todos, de un fruto entre todos, de una libertad que alcance a todos.

(Vienen ellos de un país donde la tierra está en manos de una minoría ilustre que desdeña el trabajo manual. La crema, menos de 2% de la población, es dueña de 97% de la heredad. Norteamérica se coloniza con trabajadores ávidos de suelo y libertad. Al Sur, los recién llegados buscan oro, esmeraldas y siervos. A Norteamérica arriban labradores, leñadores, pastores, carpinteros, herreros, artesanos. A las tierras meridionales, en cambio, se asoma una legión de visorreyes, nobles, hijosdalgos, infanzones, caballeros, ricos hombres, oidores, veedores, corregidores… inquisidores).

Entonces la dadivosa memoria compartida. La discordia, el combate, la exaltación… la futilidad. Nada cuenta, empero. De todos será el invicto y virtuoso pasado colectivo. A la manera de un abuelo que nos arrulla con su inasible palabra de sueño. Nosotros, los arrojados del Paraíso, los subyugados. Nosotros que ahora escuchamos la voz amable, la buena y grande reseña de este manso abuelo metafísico.

(Estándose lla (sic) reuniendo la gente detrás del matadero, Ramón Mella no se (sic) que iba a hacer con su trabuco, y se le fue el tiro; y eso contrarió un poco el movimiento, pues lo convenido era tomar la puerta del Conde y destacar una fuerza que fuera a apoderarse de la puerta de la Fuerza y arsenal, pero al disparo de Mella se alborotaron los haitianos y se pusieron sobre las armas, y no ubo (sic) más remedio que apoderarnos del Conde y asernos (sic) fuertes allí…).

Y, al final, será el poeta. Un cantor florecido en vocablos dulces y promisorios, con barbas mosaicas y mirada de lluvia. Para encontrar una lengua que transmute en virtud colectiva tanto pecado individual. En sus manos la rumorosa palabra, la de aquellos que “andan todos desnudos, hombres y mugeres”, con la voz de quienes “no tienen ni fierro ni acero”. En su frente, un benigno avatar de mariposas. Formas de implacable esperanza en la mirada. Nada más que un poeta. Sólo un cosmos. Casi un fruto de Manhattan.

(¿Que somos indolentes? ¿Que no apreciamos nada? ¿Que únicamente amamos la botella de ron, la hamaca en que holgazanes quemamos el andullo / del ocio en los cachimbos de barro mal cocidos / que nos dio la miseria para nuestro solaz?

¿Qué hay muchos que aseguran / que aquí, entre nosotros, la vida tiene el mismo tamaño de un cuchillo? ¿Que nuestra gran tragedia como país empieza / desde cuando aprendimos a tocar el bongó? ¿Que el acordeón y el güiro han sido los peores / consejeros agrarios de nuestros campesinos?
¿Que fuimos y que somos los mismos marrulleros, los mismos reticentes del pasado y de siempre? ¿Que dentro de la escala de los seres humanos / hay muchos que suponen que nosotros no vamos / más allá del alcance de un plato de sancocho?

¿Que el machete no es sólo en nuestras / duras manos / un hierro de labranza para cavar la tierra / pequeña del conuco, sino que muchas veces / se ha convertido en pluma para escribir la historia?).

Todo tan obvio. Asunto, tal vez, de ocurrencias y de trayectos. Tú y yo congregados, requeridos en el nosotros. La certeza del alto designio colectivo. Una integérrima Nación soslayada. La Magna Patria, en suma. Quisqueyanos valientes alcemos. Ahora es de día. Estás despierto. Dormitabas. Tus ojos abiertos. No todo es sueño en el sueño. Hace frío este 27 de febrero.

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