Señor Director: Para nadie es una sorpresa el saber que lo que guardamos en nuestro interior, aquello que se va metiendo de a poco pero que capta nuestra atención y más allá de ella, sin que a veces nos percatemos de su alcance y del cómo va dejando huellas, termina siendo nuestro patrón de pensamiento y conducta. El ser humano tiene millones de años experimentando, aprendiendo y descubriendo para terminar sabiendo todo aquello que sabe. Dicen que el raciocinio es una característica solo humana y que es lo que nos diferencia del resto de los animales. Independientemente de que esto sea totalmente verdad o no, pues hay animales que parecen pensar incluso más que nosotros, lo cierto es que los humanos no paramos de pensar y crear realidades a partir de aquello que pensamos. Quizás el haber establecido acuerdos verbales, con la supuesta intención de un mejor entendimiento, como las letras, las palabras y los idiomas y sus respectivas reglas, además de los números y todas las ciencias que de estos se derivan, y sobre todo la aparición de límites y pertenencias, dando origen a los diferentes países y la ambición desmedida que todo esto ha desatado, trajo consigo la separación, el sentirnos exclusivos de alguien, de un lugar, una raza o cultura… Y eso es precisamente lo que nos ha llevado al punto de no entendernos, y a partir de ahí surgieron los desacuerdos, y con ellos vinieron las confrontaciones y conflictos a grandes escalas. El origen de cualquier conflicto surge por el sentimiento de separación y de pertenencia. Mientras nos sintamos divididos, viviremos divididos y defenderemos a muerte lo que consideremos nuestras creencias y pertenencias, ideologías y banderas. Somos víctimas de un raro complejo de superioridad que va acompañado de una imperiosa necesidad de dominar, de tener la razón y el control. Generalmente nos damos cuenta del horror de la separación más que nada cuando surgen conflictos de gran alcance como las guerras, y paradójicamente, en la guerra se ve más unión (en cada bando desde luego) que en tiempos de paz; esta se da por sentada y tiende a pasar desapercibida, hasta que aparece el conflicto y desata la guerra, entonces le damos más importancia y poder a esta que a la paz. Es igual que la luz, no la notas y valoras hasta que no te quedas a oscuras, entonces empiezas a perturbarte por la oscuridad y a temerle, dándole poder sobre ti. La ausencia de paz es una semilla que vamos sembrando por ahí con cada desacuerdo y sentimiento de separación, sin darnos cuenta la regamos a diario, alimentando su nocivo virus letal con cada palabra o actitud de resentimiento. La guerra es un estado de consciencia que estamos viviendo internamente y lo reflejamos en el exterior, pero cuando dejemos de alimentarla dándole poder en nuestras vidas, y estemos internamente en paz, desaparecerá, y con ella todo el malestar que creó. Por eso nuestro mayor deber es lograr esa paz interior tan anhelada, y esta solo se logra amando y perdonando.
Idalia Harolina Payano Tolentino
Ciudadana

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