Andrés Avelino y el Manifiesto Postumista

“Es (Andrés Avelino) uno de los tres creadores del Postumismo, siendo los otros dos Domingo Moreno Jimenes y Rafael Augusto Zorrilla.

“Es (Andrés Avelino) uno de los tres creadores del Postumismo, siendo los otros dos Domingo Moreno Jimenes y Rafael Augusto Zorrilla. Se caracterizó principalmente por ser el teórico del grupo, al dar al movimiento sus bases estéticas e ideológicas que aparecieron en el Manifiesto Postumista publicado en Fantaseos”.
MANUEL RUEDA
Antología mayor de la literatura
dominicana
(Siglos XIX-XX), Poesía I

Tres meses después de la muerte de Federico Nietzche, cuando todavía el lago de Constanza reflejaba el alado artilugio del Barón Von Zeppelin; acaso algunas horas antes de París escuchar los Nocturnos de Claude Debussy, y justo en el minuto en que Max Planck anunciaba la discontinuidad de la energía y su teoría de los “quanta”; en el Año de Gracia de 1900, a la vera de San Fernando de Montecristi, posiblemente el borde más remoto de una nación incierta y montonera, nace Andrés Avelino García y Solano.

Avelino marcha a la capital al cumplir los 20 años. Algunos meses más tarde, en 1921, publica Fantaseos, un libro de poesía que incluye el Manifiesto Postumista. Comienza entonces la refriega. En el prólogo de Fantaseos, Domingo Moreno Jimenes apunta: “Entre los que han hollado con más o menos fortuna la mencionada tendencia lírica (el verso libre, de acento emocional), merece puesto distinguido el poeta Andrés Avelino… La barca de sus ilusiones muchas veces estuvo a punto de zozobrar en océanos de vulgaridad e incomprensión; pero, remero tenaz y de valor, siempre supo sacarla a flote contra la cólera de los elementos y las avalanchas de la fortuna”. Moreno, más adelante, señala: “Su armonía es grave y dulce, y a intervalos, está salpicada de una sutil y leve gracia”.

Al referirse al poema Egotista, Moreno indica: “Es hasta ahora lo mejor que el poeta ha producido. De los materiales que se sirvió casi podemos decir que flotaban en el aire en el momento de la transmisión. Esta es una poesía enteramente regida por las emociones, en la que cada vocablo obedece a una intención preconcebida y en que los prejuicios de forma y fondo han sido aventados por la potencialidad del segundo patético”:
“A paso largo asciendo la colina / con detrimento de mis zapatos pero no de mi espíritu;/ delante: aire, campo, sol; / detrás: zarpazos de fango manchando la seda de mi traje; / deténgome: abajo la ciudad es una mandrágora; / allá… lejos… el mar es el mar / y aquí, yo soy yo ”.

El Manifiesto Postumista de Andrés Avelino, lanzado “hacia el horizonte de los siglos” por un joven de 21 años, desde el claustro plomizo de una agraviada nación caribeña, aherrojada y mustia, constituye, ni más ni menos, una revolución.
¿Insurrección bisoña, aldeana, ingenua?: probablemente sí. ¿Sublevación tan sólo contra el ritmo, el tema, el color o los estilos de hacer la poesía?: decididamente, no. Puesto que la arenga postumista de 1921 contiene acentos e intenciones que rebasan los confines equitativos de una poética, las fronteras razonables de una proposición artística, Avelino hace, más que poesía, ideología.

Ese Avelino —Quijote provinciano, como había de ser, porque no existe el Quijote de la metrópoli—, ese muchacho de ave y de lino que cinceló hasta la delgadez urgente de su nombre; ese Andrés pueblerino de 21 años entonces arremete, a un tiempo, contra “la aristocracia intelectual que no nos pertenece”, contra la “zurrapa” de Verlaine y Mallarmé, contra el “romanticismo de Hugo” y el “realismo de Balzac”, contra la “majestad de la Gioconda” y la “mofa del impresionismo”, contra la “bella mentira de Oscar Wilde”.

En su alegato, de igual manera, Avelino proclamará la “vida sincera e íntima, el arte autóctono, para abrir la talanquera que nos ha separado del infinito”; ensuciará sus manos para construir la estatua “con el barro grotesco de nuestra América”; se refrendará “humanamente eternista, con un solo Dios, nuevo, subpanteísta, que a cada quien permita buscar su religión en sí mismo”; y nos dirá su aquiescencia de amar “lo mismo a los hombres que a las cosas”, en su inédito universo donde “una piedra blanca podrá rivalizar con una mujer rubia” y “una muñeca de trapo podrá ser la dulce compañera de nuestras noches de insomnio”.

Ahora está claro: el discurso Postumista va más allá de la poesía y los poetas. En ese Manifiesto —tiznado de libertad y de emoción, emblemas de un romanticismo que el propio documento niega—, en la declaración sediciosa e impúdica redactada por Avelino se formula, con toda claridad, el esbozo de un evangelio nacionalista, iconoclasta, terrenal, doméstico, mestizo, americanista. Como decir una templada adoración de lo espontáneo, de lo simple, del frustrado heroísmo de lo humilde. Lejos, eso sí, con toda intención, del asunto o la materia que deslumbra y estremece.

Me atrevo a decir que la fe postumista de Avelino es homologable —¿por qué no?— al credo religioso de Erasmo de Rotterdam. Acaso en el anhelo erasmista de una religión sencilla, pura, libre, esencial, sin disimulos ni intermediarios, tal vez ahí, podríamos descubrir las claves sicológicas del Andrés Avelino de 1921 y de su Manifiesto.

Por lo menos hasta cumplir 26 años, la convicción postumista de Avelino será intensa y repetida. Después de Fantaseos, editado en 1921, Andrés publica la Raíz Enésima del Postumismo (1922); Del Movimiento Postumista (1923), en colaboración con Domingo Moreno Jiménez y Rafael Augusto Zorrilla; la Pequeña Antología Postumista (1924); y Cantos a mi muerta viva (1926), su composición poética de mayor transcendencia, alabada por Jules Supervielle, el eminente escritor uruguayo-francés.

En estos Cantos, engendrados cinco años después del Manifiesto Postumista, Avelino se aproxima a los temas, a la actitud y a la simbología de la paradoja romántica. En su perpetua ambición de deshacer la muerte, escuchará “la música de su carcajada hendir la noche” y encontrará “la huella de sus manos impresa en la almohada”. Renacerá aquí la invencible pasión por el dolor, por el ideal estético de la morbidez, por la agonía como forma suprema de belleza. En sus Cantos a mi muerta viva, Avelino recupera el erotismo de lo imposible, la voluptuosidad del estertor, la abrasante excitación de sentirla morir entre sus brazos…
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Fragmentos de la conferencia en el homenaje organizado por la Biblioteca República Dominicana al cumplirse 20 años de la muerte del poeta, filósofo, matemático, ensayista y maestro Andrés Avelino.

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