Unos señores que se definen como “religiosos” que no se pierden una fiesta electoral. Buscan cualquier medio para entrar, casi siempre por iniciativas propias. Los partidos les tienen sus huecos, o mediante políticas propias, en sus capítulos de cultos, en sus afanes por conseguir adhesiones. Como los votos se han puesto caros, los “religiosos” de abundantes denominaciones se tornan exigentes, y llegan al extremo de pretender clavarles agendas a los candidatos, asumiéndose como una fuerza que puede decidir el curso de las elecciones. Hay políticos que se dejan manipular, temerosos de sus influencias, pero la realidad es que los verdaderos creyentes ejercen sus derechos como les venga en gana, sin obedecer mandatos de sus “líderes”.

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