El mejor termómetro para medir al alcalde que llegó a trabajar y con un programa en manos, es el que desde que asume no empieza a externar quejas del desorden administrativo que supuestamente encontró y de indicios de mal manejo presupuestario. No es que sea incorrecto desear y exigir que le entreguen la casa en orden, sino que empezar con lamentos puede ser señal de incapacidad o de impotencia. No hay por qué escudarse en la situación heredada ni amenazar con auditorías o meter gente presa, pues históricamente está comprobado que es circo o entretención. El munícipe lo que espera de su alcalde es que cumpla con lo prometido y que no lo desproteja ni tampoco venga con el cuento de “limpiar” la nómina para meter a sus seguidores.

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