Como van las cosas, el presidente electo hará lo que debieron haber hecho los gobiernos de los partidos Revolucionario Dominicano (PRD) y de la Liberación Dominicana (PLD) cuando se dieron las condiciones, pero no se atrevieron. Prefirieron conservar el statu quo por conveniencias o simples clientelismos.
Ahora Luis Abinader se abandera de reformas que se vienen planteando desde la década de los 80, después de los primeros gobiernos de Joaquín Balaguer y durante el período perredeísta de Salvador Jorge Blanco.
Los necesarios cambios en la administración pública para superar entidades u organismos que no ejercen ninguna función, que solapan con otras o que han sido superadas por dinámica social o por reformas a medias que nunca terminaron de ejecutarse.
Responsabilidades que debieron ejercer líderes y continuadores que se definían como progresistas o reformadores, pero que tan pronto llegaron al gobierno se acomodaron para atender una clientela electoral.
Lanzaban por las cañerías millones y millones de pesos que debieron servir para establecer o implantar programas que a la postre podrían resultar más útiles para los dominicanos que mantener a un grupo de gente en nómina.
Mientras, surgían nuevas entidades públicas, sean ministerios o direcciones, o se creaban organismos dependientes directamente del Poder Ejecutivo, tampoco se dio término al programa de cambios prometido o incluso, algunos que estaban claramente especificados.
Ahora, cuando nadie habla de reformas, parece que nos adentramos a un paquete de cambios que según las propuestas de campaña pueden redundar en mejorías para el manejo y uso de recursos públicos.
Son muchas las entidades que hace tiempo debiedron desaparecer. Una larga lista que no vamos a enumerar.
La cuestión es que Abinader asumirá un programa de cambios que no obedece a reclamos, sino a una convicción y comprensión acerca de lo que debe ser la administración del Estado.
Esperamos que continúe con ese aliento, y que no se detenga por las demandas de parciales a que suelen ser sometidos los gobernantes en sus primeros días de gestión.
Si ocurre, pasaría a ser el hombre de las tan esperadas reformas en el Estado. No se olvide que algunas no dependen de un decreto, sino de la aprobación congresual.