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El musical subirá a escena otra vez el próximo fin de semana en la Sala Carlos Piantini del Teatro Nacional

La Cenicienta que ha producido Cecilia García no es la Cenicienta a la que estamos acostumbrados, aunque es la misma en esencia. Frank Ceara ha escrito una obra desde el libreto, hasta la música y la letra. Una versión si se quiere más cercana, sin llegar a ser dominicana, aunque lo es por haber sido hecha aquí y seguir guardando su almendra.

Carlos Espinal ha dirigido una puesta en escena soberbia, de calidad internacional, que ya que en el país no se puede poner más de dos o tres fines de semana, pues que bien exportarla, comercializarla internacionalmente así como se comercializa el Cirque du Soleil y otros espectáculos.

Son para destacar la escenografía, diseño de vestuario y luces de manera impecable de Marcos Malespín.

La puesta en escena cuenta con artistas como la propia Cecilia que hace de la Madrastra Mortifa, Luz García el hada madrina, Hony Estrella, la reina; Miguel Lendor (Papachín) es el rey; Ana Rivas y Carolina Rivas son las hermanastras Drizella y Anastasia; Raeldo López es el lugarteniente del Rey. Digamos que ese es el colchón sobre el cual saltan dos jóvenes figuras: Gabriela Gómez como Cenicienta y Juanma García, El Príncipe.

Actúan también Sócrates Montás (el Duque); y Ángela Bernal, quien hace una breve aparición en el papel de madre de La Cenicienta.

Cecilia García, Carolina Rivas y Raeldo López.

“Era una vez en un pueblo muy lejano, lleno de gente amable y feliz. Allí vivía un duque llamado Ricardo…”, es el primer parlamento del Hada Madrina. Salen 18 bailarines-cantantes para configurar el oppening.

Pudiera decirse que los primeros 10-15 minutos son lentos. Tras la muerte del duque Ricardo comienza a ganar ritmo. Este tempo inicial desespera un poco a los más pequeñines. Es una historia que podría ser mucho más expedita, reducirla a unos pocos minutos, tres, cuatro, a lo sumo, usando la narración de la propia hada madrina.

Esto cambia, cuando Cenicienta comienza a cantar y los animales del bosque a conversar con ella. Ahí la historia arranca de verdad. El desempeño de Gabriela Gómez como Cenicienta es tan orgánico como eficiente. Su voz tiene un timbre agradable, claro, brillante, en resumen su voz es argentada. Además de su belleza física proyecta mucha gracia en escena.

Quizás quien logra enganchar de una vez con la grey es Raeldo López, quien ha estructurado su personaje en la historia, con tanto gracejo que permanentemente provoca la risa.

Papachín y Hony Estrella se inscriben en esa misma tesitura y logran sacar adelante sus personajes con mucha dignidad.

Las hermanastras de Ana y Carolina Rivas, son espléndidamente bulliciosas y eficientes igualmente en el contrapeso con la Cenicienta y acompañantes de Cecilia García, quien con su Madrastra Mortífera demuestra una vez máster la primerísima actriz que es… por si alguien lo dudaba.

Luz García se notaba un poco contenida. Estaba bien en su personaje, y lo comunicaba con empatía, pero uno sentía como que el vestuario le quedaba como un fardo pesado, que le lastraba un poco, por temor a enredarse en él y caer. Esto quizás haya sido suposiciones de uno. Pero ya de solo suponerlo indica algo.

Luz García, el Hada Madrina.

¿Alguien se dio cuenta que la música es excelente? Y lo es por su ausencia de estridencias, por la brillantez de sus giros melódicos en concordancia con lo que sucede en escena. Una música absolutamente internacional y adecuada a la del cuento que viene conformándose por más de dos mil años. Me hubiese gustado poder contar con los músicos en el foso, tal y como debe ocurrir en los musicales. Probablemente se haya debido a los problemas para poder obtener algunos apoyos de instituciones del Estado, que después que habían prometido villas y astillas, se quedaron en amagar y no dar.

La vigencia de La Cenicienta, está justamente en los aplausos y ovaciones que arranca este musical que podrá verse nuevamente el fin de semana que viene.

La Cenicienta es un asunto de Estado, porque no se debería perder la ocasión para, a través de los buenos valores que promueve, acercar a los menores de edad y familiares de los barrios deprimidos de la capital. Esos que solo ven a su alrededor drogas, violencia y dembow. Con un poco de voluntad, el Banco de Reservas, por ejemplo, pudo llenarse de gloria y en vez de dedicar los 10 millones para Bad Bunny, dedicarlos a respaldar este gran musical que debería ser un orgullo del movimiento cultural dominicano.

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