Actuaciones trepidantes, teatro físico y el suicidio como áncora terminante, tres factores que hacen de la obra Lluvia constante una experiencia imperdible.

Y lo es para quien gusta del arte de la actuación y de profusa acción en escena. Y, por supuesto, un suicidio que le da sentido al palabrerío y acciones lindantes que nos atosigan desde que comienza. Texto e interpretación es de lo que depende sobremanera la pieza. Mario Núñez y Santiago Alonzo dan cuenta de sus personajes, cuya trama se centra en dos policías, amigos de infancia, involucrados en acontecimientos que pondrán en jaque los conceptos de honor y lealtad, con un desenlace
siniestro.

Uno está casado, supuestamente encantado con su vida familiar, un tanto brusco y de ética acomodada a su propia visión pragmática, en la que justifica sus acciones policiales y así mismo su vida, pero en el fondo vive amargado e inconsolable. El otro es más sensible, soltero, bebe más allá de la cuenta y cuestiona la postura del colega, principalmente en relación a la poca atención destinada a su mujer, viviendo una especie de pie de amigo de su colega.

Tenemos así en escena una dicotomía bien marcada y con sesgo maniqueo. La historia trae un oscuro y fatal episodio que lleva a mostrarnos una constante en acciones policiales con “intercambios de disparos” y en la que se suele ‘plantar’ armas a un supuesto bandido o perseguido. Plantar un arma de fuego es el argumento que siempre sirve para eludir cualquier investigación de exceso policial. Hasta se ha vuelto cliché, pues es notorio cómo se plantan evidencias (tales como armas y drogas) a acusados de infringir la ley, pero también se hace para cubrir errores con desenlaces fatales.

Como dicen que una cosa lleva a la otra, el enmarañado texto de Keith Huft nos retrotrae a los fabulosos conflictos ya vistos por personajes similares en los que ha sido el guionista de series como Mad Men y House of Cards. Entonces, ese episodio en el que se agrede a un menor es para uno de los personajes la gota que rebosa su cuestionable conducta.

Si bien es inverosímil el desenlace, el autor del texto procura darle una salida en la que lo juzga y lo condena. Ahora bien, ¿tal acción puede llevar a un policía al suicidio? Eso no lo sabemos, aunque existan estadísticas de suicidios bastantes significativas entre ellos.

Lo que sí sabemos es que los excesos policiales, las faltas, y toda la vida de violencia en que viven, suelen ser el común denominador en la que se vuelve un grupo delincuencial, que se tapan unos a otros, que si explotan siempre lo hacen para matar civiles e, incluso, a sus parejas o ex parejas, o como argumento, para justificar raterías.

Y es precisamente lo que constatamos con la sensiblera actitud del otro policía que, a fin de cuentas, es su alter ego. Aunque los diálogos y soliloquios son el alma, la escenografía es bastante justificada, así como el vestuario, el juego de luces, los efectos musicales, y una templanza en la dirección que se siente como pez en el agua, de muy buen gusto.

Con la dirección de Ruth Emeterio, la propuesta teatral continuará en la Sala Ravelo, del Teatro Nacional “Eduardo Brito”, de jueves a sábado, a las 8:30 de la noche, y el domingo a las 6:30 de la tarde.

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