El gobierno decreta, en 1968, “de alto interés el desarrollo del turismo”. Entretanto, una voz patriarcal, la de Ángel Miolán, clamaba en el desierto. Y la gente replicaba: “Los turistas de
Miolán: ¿dónde están, dónde están los turistas de Miolán?”. La noción del turismo, en esas horas nacientes, sobrevolaba nuestro territorio apenas como el augurio de un duende benévolo.
(PDM, Turismo dominicano: 30 años a velocidad de crucero).

El turismo en los senderos de la fe
El 6 de enero de 1494, en La Isabela, Puerto Plata, el padre Bernardo Boil celebró la primera misa del Nuevo Mundo. Algunos meses antes, el Papa Alejandro VI, por medio de las bulas Eximiae devotionis e Inter cetera, había ordenado a los Reyes Católicos de España, Fernando e Isabel, bajo santa obediencia, que se ocupasen de la evangelización de los indígenas. El 12 de febrero de 1546 fue erigida la catedral de Santo Domingo como “Catedral Metropolitana y Primada de Indias” por el Santo Padre Paulo III a petición del rey Carlos V.

Se ha dicho, con una muy inspirada devoción, que estas dos primacías serían suficientes para consagrar al país como Tierra Santa del Caribe. A modo de territorio sagrado del catolicismo: una fe que practican 1,400 millones de personas (19% de la población mundial), la mitad de las cuales reside en el continente americano (incluyendo Estados Unidos y Canadá).

Se calcula en 150 millones el número de católicos que viaja cada año en el mundo: en peregrinaciones, visitas a santuarios y lugares bajo advocación religiosa. De ahí que el Ministerio de Turismo se proponga establecer una “ruta de turismo religioso y cultural”, que incluya el recorrido por las iglesias, museos y lugares sacros diseminados en el país. Ya existe en La Vega un “Sendero de la Fe”, que incluye las ruinas de La Vega vieja, el Santo Cerro (donde Cristóbal Colón plantó una cruz e invocó a la Virgen de las Mercedes, patrona de Santo Domingo, para que intercediera en las disputas entre conquistadores y aborígenes), la Catedral vegana y su Museo Sacro.

En la ciudad de Santo Domingo, el recorrido por los recintos y templos religiosos sería extenso, elocuente y de un inmenso atractivo para la grey cristiana. La primera catedral, los primeros monasterios y las más antiguas iglesias del Nuevo Mundo se levantan en el ámbito de la Ciudad Colonial. El Museo de la Catedral ocupa el restaurado edificio de la Real Cárcel de Santo Domingo. Se exhiben en él objetos relacionados con la historia de la Catedral Primada de América. Las piezas datan de los siglos XVI a XIX. Son tesoros celosamente cuidados y mantenidos a discreción: pinturas, candelabros, crucifijos, imágenes religiosas restauradas y sin restaurar. También se guardan reliquias, joyas y adornos de inmenso valor: los llamados Cruz Pectoral, Águila Bicéfala, Joyas de Mariposa, Joyel del Corazón, Joyel del Lagarto, Joyel del Caballo Marino y Joyel del Templete, entre otros.

En Higüey fue construida la Basílica Catedral de Nuestra Señora de la Altagracia, patrona del pueblo dominicano desde el siglo XVIII. El majestuoso templo, un hito de la arquitectura contemporánea, obedece a un diseño realizado por el gran proyectista francés André-Jacques Dunoyer de Segonzac. Con el objeto de convertirse precisamente en un imán turístico, un equipo de expertos internacionales ha trabajado cuidadosamente a fin de recuperar el patrimonio artístico e histórico que posee el santuario mariano. Los promotores del Museo de la Altagracia han dicho: “Al desplegar el patrimonio ante el visitante (en un espacio museográfico de 9,000 metros cuadrados) podrá conocerse y valorar esta tradición en otras latitudes. No en vano se trata de la devoción mariana más antigua de América”.

Dice el antiguo presidente de Asonahores Julio Llibre: “Tenemos muchos ejemplos de destinos que se han posicionado en este concepto y que han tenido un auge extraordinario, como Tierra Santa en Israel, el Vaticano en Roma, Fátima en Portugal, Lourdes en Francia, la Ruta de Santiago en el norte de España y así muchos más… ¿Por qué no pensar que la República Dominicana podría ser el punto de partida de la Ruta Mariana del continente americano? ¿Qué mejor espacio y estandarte que la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia y el Museo de los Exvotos?. Este es el elemento central que debe servirnos de punta de lanza para enriquecer la oferta complementaria de nuestro país al turismo de sol y playa”. En esa fe que mueve montañas, asimismo, se asienta la certidumbre de progreso del turismo dominicano.

El turismo en la ruta de los carnavales

Con vestigios de antiguas fiestas y culturas –como las celebraciones de invierno (Saturnales), los rituales dionisíacos griegos y romanos (Bacanales) y las fiestas andinas prehispánicas– el carnaval es una herencia que se vive con fruición en América desde las primeras horas del Descubrimiento. De acuerdo con algunos investigadores, las expresiones iniciales de carnaval en la isla (y en América) tuvieron lugar en lo que hoy se nombra como ‘Ruinas de la Vega Vieja’. Era febrero de 1520, en ocasión de una visita de Fray Bartolomé de las Casas, cuando los habitantes de la Vega Vieja festejaban el momento disfrazados de moros y cristianos. Con enigmática coincidencia, casi 500 años después, el carnaval dominicano alcanza su expresión cimera también en la ciudad de La Vega.

Muchos visitantes extranjeros han considerado estas fiestas veganas como las mejores y más vistosas del Caribe. Se celebra todos los domingos durante una extendida temporada, de enero a marzo. Las ‘comparsas’ de diablos ‘cojuelos’ salen a las calles con trajes de colores a desfilar por la ciudad. Los disfraces del Carnaval Vegano tienen características singulares: las caretas son muy elaboradas (en algunos casos con mandíbulas móviles), el pantalón es ancho y ajustado a los tobillos. La camisa es holgada y con mangas largas, amoldada en la cintura y la muñeca, termina abajo en una faldilla y arriba en un capuchón denominado ‘galacha’. Las prendas son confeccionadas con telas brillantes y cosidas con accesorios sonoros, como cascabeles.
En una grande y restaurada casona del siglo XIX toma asiento el Museo del Carnaval Vegano. Allí se muestran disfraces, caretas, trajes, coronas de reyes, personajes típicos de esa fiesta popular, fotografías y videos. La temporada de carnaval arrastra, cada domingo, más de 300 mil visitantes, muchos de los cuales son extranjeros. A la usanza de las grandes celebraciones carnavalescas (de Río de Janeiro, Nueva Orleans y Venecia), las noches se colman de bailes y espectáculos con grandes orquestas y artistas sobresalientes. La más honda identidad nacional emerge en esta rica experiencia sociocultural, cargada de símbolos y reminiscencias arcaicas.

Pero la celebración carnavalesca en el país es múltiple y con matices abundantes. El Ministerio de Cultura registra en la actualidad 138 carnavales diferentes. Los más importantes tienen lugar en las capitales provinciales y los municipios mayores (Santo Domingo, Santiago de los Caballeros, San Pedro de Macorís, San Francisco de Macorís, Salcedo, Bonao, Cotuí, Puerto Plata, San Juan de la Maguana, Barahona, Baní, Jarabacoa, Río San Juan). El resto lo constituyen manifestaciones de índole regional (algunas antiquísimas), en cuyos disfraces irrumpen atisbos históricos imbricados con la mitología y la religiosidad de las comunidades.

Aunque no siempre el carnaval ha de surgir del vientre oscuro de la historia. Basta con un sentimiento de alegría estridente, abierto al disfrute de todos, con música y baile y actuaciones, comida y bebida y una idea fundamental: la supresión momentánea del formalismo social para dar rienda suelta a la imaginación y al placer. Se recrea el carnaval como un ceremonial jubiloso, al que los espectadores no asisten, sino que lo viven. En pocas palabras, será esa la percepción de quienes se acerquen a esa fiesta deslumbrante que la Fundación Punta Cana brinda desde hace once años a los turistas. Han desfilado aquí, como rey Momo del carnaval, personajes célebres: Oscar de la Renta, Freddy Beras Goico, Michael Camilo, Juan Marichal… Con trajes lujosos, inspirados en temas alegóricos o del presente, las comparsas desfilan ante una multitud de visitantes. Cada año concurren grupos invitados de países vecinos. Participan también en los desfiles delegaciones de los diferentes carnavales del país. Todo un festejo sin barreras. Es, ciertamente, un espectáculo vistoso e imaginativo el que cada año reverdece, cada vez con más brillo, en el perímetro espléndido de Punta Cana.

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