Noche tropical en las afueras de Managua. Como salidos de un poema de Ernesto Cardenal, algunos pájaros crepusculares saludan la llegada de la oscuridad. Las ranas cantan en los estanques tibios y fangosos; los sapos, sapean con su croar ubicuo; su gemido sin gracia evoca los buches de los señores del altiplano; las chicharras incesantes obsesionan la constatación de que esta es tierra caliente, de oprimente, eterno verano; las luciérnagas ofrecen su gratuita luz intermitente, como candelas en los estadios tupidos de gente enloquecida. Estamos en Centroamérica. Por si a alguien se le hubiera olvidado, desde hace horas ocupan las tumbonas de la piscina una buena cantidad de marines, rubio pelo al rape, rubicundo rostro de niño malo y agresivo, cada quien, con su botella de Flor de Caña, y no la beben como si fuera agua, porque son reacios al agua, pero no al aguardiente que se les va en el galillo como si fuera un líquido que les apagara el incendio de las entrañas. ¿Todavía marines en Nicaragua? ¿No se habían largado para siempre? Nunca se han ido los marines; están allí para recordarnos que estamos en algún lugar del trópico centroamericano, en donde no pueden faltar los cocos, las palmeras, el ron, el tabaco y los marines.
Huele a guayaba fermentada, a agua de coco bajo el sol, a mango purulento de almíbar y carne desbordante. Los marines no piensan bañarse: algunos niños chapotean en el agua de la piscina, brillantes y ágiles, como si en vez de agua chorrearan aceite. Los marines están vestidos con sus uniformes de camouflage, barrosas botas de combate, y su presencia es obscena e impertinente. No se les da un comino: vozarrones y carcajadas con grandes tragos de ron.
La noche oscura y cálida deja atrás un crepúsculo presuntuoso, rayones de colores y de luces; del calor inclemente se pasa a una suerte de tibieza húmeda, se suda más y los mosquitos son atraídos por el sudor. Los incesantes mosquitos del trópico tienen variedades infinitas, son molestos, maláricos, morbosos. Oyes un zumbido invisible que te está poniendo sitio: inútil que lo espantes, ya te picó. Se alivia el calor con cervezas heladas, una detrás de otra: las cervezas del lugar son ligeras, para poder tomar en abundancia. Además, porque la cerveza pastosa, que gusta a los belgas, aquí se siente pesada, como beber un espeso guarapo condensado. Aparecen las estrellas, poco a poco, y brillan más en la medida que se disuelve la vaporosa neblina de la calura. Esta noche tropical viene a la mente cuando se piensa en “Centroamérica cuenta”, una fiesta de la literatura inventada por Sergio Ramírez, en su Nicaragua natal.
Sea permitido el banal juego de palabras: Centroamérica nunca fue central en la literatura latinoamericana. No obstante haber dado grandes obras y escritores, como el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, o al gran cronista soldado Bernal Díaz del Castillo, o a la palabra mayor de Rubén Darío, que le dio caravuelta a la poesía y a la lengua española, o a Miguel Ángel Asturias, o a Ernesto Cardenal, para mencionar solo algunos. No obstante, esa presencia inobjetable, no se consideraba la existencia de una literatura centroamericana. Se hablaba con admiración y tanto estudio de la literatura argentina, mexicana, cubana, peruana, boliviana, pero la literatura del istmo quedaba siempre en los márgenes. Podemos imaginar que esa constatación, realizada por varios intelectuales casi al mismo tiempo, creó las condiciones para la organización de un evento cuyo nombre contiene la afición hispánica del doble sentido: Centroamérica “cuenta”, porque en su seno circulan tantas historias que a los escritores no les queda más remedio que contarlas, y Centroamérica “cuenta” porque posee un lugar y un peso importante, que la hacen “contar”, al lado de otras literaturas también señaladas.
Al lado de iniciativas académicas bastante audaces, como la empresa de crear una Historia de la literatura centroamericana, temática y en varios consistentes volúmenes; o a la publicación de las revistas Istmo y Centroamericana, el festival organizado por Sergio Ramírez ha logrado sacar de los márgenes a la literatura del istmo y ponerla en diálogo con otras literaturas, a través de la presencia de escritores colombianos, españoles, venezolanos, argentinos, chilenos, mexicanos. En verdad, “Centroamérica cuenta” no nació en Nicaragua, sino en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Allí se celebró, por primera vez, una mesa redonda coordinada por Claudia Neira Bermúdez, alma y núcleo del engranaje de la máquina organizativa.
Este año, “Centroamérica cuenta” se celebra en Santo Domingo, capital de la República Dominicana, del 16 al 21 de mayo. Ociosa, la elaboración de una lista de los autores que intervendrán conformaría un mero catálogo. Mejor decir que se hablará de identidades y de resistencia, en una época en que el continente latinoamericano se vuelve a poner interesante, con propuestas de mundos, políticas y movimientos completamente nuevos. ¿Dictadores populistas o amados líderes populares? ¿Desaparece de veras la distinción entre derechas e izquierdas? ¿El protagonismo latinoamericano puede dialogar con la Vieja Europa, empeñada otra vez en una de sus sanguinarias guerras de territorio? ¿Cómo se están moviendo los escritores centroamericanos frente a los retos de la sociedad digitalizada, con su resquebrajamiento de categorías en etnias, géneros, cataclismos globales? Benito Taibo, Claudia Piñeiro, Gioconda Belli, Julio Serrano, Juan Gabriel Vázquez, el mismo Sergio Ramírez, Imelda Martorell, Frank Báez, Mayra Santos Febres, Shirley Campbell Barr, Mircea Cartarescu, Carmen Imbert Brugall y tantos otros se reunirán en Santo Domingo para dialogar sobre estos temas.
Cae la noche tropical: el agobio se destiempla, cae de repente lo oscuro, se iluminan lámparas parpadeantes y las aves nocturnas cantan su obsesivo gorjeo. Comienza Centroamérica cuenta…
Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World”. This project has received funding from the European Union´s Horizon2020 research and innovation programme under the Marie Sklodowska Curie grant agreement Nº 823846.