Introducción

El 27 de enero de este año 2020, se cumplieron los 100 años del nacimiento de Monseñor Juan Félix Pepén Solimán. Con motivo de esta conmemoración se realizó el develizamiento y bendición de un busto en su honor, realizado en la escuela Juan XXIII de Higüey, fundado por él en 1962. El busto fue promovido y costeado por la Asociación de exalumnos de dicho centro educativo y esculpido por el escultor Luis Castillo.

Compartimos con ustedes las palabras pronunciadas en dicho acto por el doctor Víctor Ávila Suero, además del escrito sobre Monseñor Pepén publicado en el Semanario Católico Camino por el licenciado Reynaldo Espinal.

Vale la pena también destacar el contenido sobre Monseñor Pepén en el libro del licenciado Benjamín Rodríguez Carpio, titulado: “Lino Zanini, el nuncio que desafió a Trujillo”, dedicado a Monseñor Pepén y puesto en circulación justamente en esta fecha, dada la relevante participación suya en ese acontecimiento.

1. Discurso de Víctor Ávila Suero
“Ponderar las cualidades personales, la labor pastoral como sacerdote y obispo, como educador y formador en valores éticos y cívicos, en relaciones humanas de alta calidad, en desvelos por su patria y por su pueblo, en amor a su familia y al prójimo, en desprendimiento y altruismo, en respeto y defensa de los derechos humanos, etc., es una tarea harto difícil. Esta es precisamente la situación respecto a la persona que en vida se llamó Juan Félix Pepén Solimán. Sin que fuera perfecto, porque ningún humano lo es, sin embargo, él estaba adornado con valiosísimas cualidades humanas tales como inteligencia, amor al estudio, sencillez, humildad, prudencia, constancia, frugalidad, honestidad, elocuencia, generosidad, consciencia de sus limitaciones físicas, fino sentido del humor, familiaridad, previsión, amor a Dios y confianza en su providencia, etc.
Entre las positivas pasiones de Monseñor Pepén puede mencionarse el estudio y la buena lectura, la escritura, la educación integral de la niñez y de la juventud, la buena formación del clero diocesano, la justicia, la promoción social, la formación moral, la institucionalidad, la solidaridad, el orden, etc.
Entre las obras emprendidas por él durante su episcopado en la Diócesis de Higüey, sobresalen las siguientes:
• Creación del concurso literario de Navidad, a partir de 1960.
• Escuela-Taller Juan XXIII que se ha distinguido hasta el presente por impartir una educación de calidad.
• Continuación, supervisión y consagración de la Basílica de Ntra. Sra. de la Altagracia.
• Seminario Menor San Pablo.
• Construcción del barrio Villa Nazaret para familias de escasos recursos. Dicho conjunto residencial se levantó con ayuda económica de instituciones caritativas católicas. Uno de los propósitos de fundar este conglomerado fue contrarrestar el alto costo del majestuoso templo mariano con la pobreza de muchas familias higüeyanas que no poseían un techo donde vivir y criar a sus hijos.

Durante el ejercicio de su labor episcopal, Monseñor Pepén debió afrontar algunas serias dificultades. La primera de ellas fue la escasez de clero con que disponía, pues al tomar posesión de la diócesis que le habían designado, solo contaba con cinco sacerdotes nativos y cinco misioneros Scarboroughs canadienses.

Otra de las dificultades fue la adversidad manifiesta de los grandes latifundistas de la región oriental, la Gulf & Western de esa época incluida, que se sentían molestos y amenazados por la prédica de la doctrina social de la Iglesia que hacía el Obispo Higüeyano. Doctrina según la cual los obreros y empleados agrícolas debían recibir mejores salarios y condiciones materiales de vida. Asimismo, que los grandes terranientes debían tener un mayor sentido de justicia y equidad sociales. Un tercer problema que el Obispo debió afrontar fue la división que la Guerra de abril de 1965 creó entre los dominicanos. A pesar de las críticas que muchos le hicieron en un sentido o en otro, Mons. Pepén con su prudencia y discreción característica protegió y ayudó a salvar vidas sin distinción de los bandos en pugna.

Otra situación engorrosa que sufrió y tuvo que enfrentar Mons. Pepén fue el robo del original y venerado cuadro de la Virgen de la Altagracia, sustraído de su retablo de exposición en la Basílica de Higüey. Esta repudiable acción fue planeada y perpetrada por esbirros al servicio del régimen del presidente Joaquín Balaguer, como un acto de represalia, humillación y amenaza al Obispo Pepén por su vertical posición de defensa de los campesinos. Evidentemente, la ofensa de esa vandálica acción afectó al Obispo y a la iglesia dominicana, sino también a la feligresía nacional que es mayoritariamente católica y mariana. Las autoridades gubernamentales se vieron presionadas a “recuperar” el venerado y a devolverlo a las autoridades eclesiásticas.

Mons. Juan Félix Pepén Solimán fue un ser humano ejemplar como ciudadano, munícipe, sacerdote, obispo, maestro, hijo, hermano, amigo. Por lo tanto, él reúne con creces los méritos para que hoy la Asociación de Ex-alumnos de la Escuela Parroquial Juan XXIII le dedique un busto de su figura como un homenaje de recordación y agradecimiento por su fructífera labor como pastor, promotor social, educador y defensor de los valores patrios.

Muchas gracias”.

2. Escrito de Reynaldo Espinal
“Se cumplen cien años del nacimiento de un gran dominicano y pastor de nuestra Iglesia. Me refiero a Monseñor Juan Félix Pepén Solimán.

Tan señalada conmemoración no debe pasar desapercibida, pues, aunque este Pastor tan afable y humilde como culto y discreto nunca procuró honores ni reconocimientos, es mucho lo que la sociedad y la Iglesia dominicana deben a su fecunda y ejemplar trayectoria, encarnada con espíritu evangélico en las difíciles circunstancias históricas, sociales y políticas de la segunda mitad de nuestro siglo XX.

Nació Monseñor Pepén en Higuey el 27 de enero de 1920. Fue el segundo de los cinco hijos procreados por Don Felicindo Pepén de León y Doña Luisa Solimán. Le precedió en la venida al mundo su hermano Sinforoso y le sucedieron sus hermanas Luisa, Alba y Dora.

Luego de concluir sus estudios primarios e intermedios en su pueblo natal, ingresó al Seminario Conciliar de Santo Domingo, situado entonces en el antiguo Convento de los Dominicanos, el 1 de octubre de 1934.

El 29 de junio de 1947, por imposición de manos de Monseñor Octavio Beras Rojas, fue ordenado sacerdote en la Catedral de Santo Domingo y el 13 de julio de ese mismo año celebró su primera misa en el antiguo Santuario de Higuey. El 28 de octubre de 1951 obtuvo el Doctorado en Filosofía en la Universidad de Santo Domingo, ocasión en la que defendió su tesis sobre la influencia de la Iglesia Católica en la formación de nuestra nacionalidad, publicada como libro tres años después y premiada en los juegos florales nacionales celebrados en octubre de 1952.

Entre 1947 y 1954 sirvió como capellán de los colegios Quisqueya y Santa Clara. Entre 1954 y 1957 como Párroco de San Antonio de Padua. Entre 1957 y 1959 fungió como Asesor de la Juventud Universitaria Católica (1947-1959), Párroco de San Antonio de Padua (1954-1957), Profesor de la Universidad de Santo Domingo (1958-1959), Pro Vicario Castrense y Canónigo Honorario de la Arquidiócesis de Santo Domingo (1958) y Asesor de la Unión de Empresarios Católicos (1957-1959).

1 de abril de 1959 fue designado como primer Obispo de la recién creada Diócesis de la Altagracia. Fue consagrado obispo el 31 de mayo del mismo año, tomando posesión canónica de la Diócesis el 12 de octubre de 1959.

A partir de entonces comenzaron para Monseñor Pepén nuevos y singulares retos humanos y pastorales que en sus trazos esenciales procuraremos abordar en próximas entregas.

Correspondió a Monseñor Pepén asumir su ministerio episcopal, como el más joven de los seis obispos de entonces, en uno de los periodos más convulsos y agitados del complejo devenir del siglo XX. El final de la terrible dictadura estaba cerca. La fiera estaba herida de muerte por lo que sus zarpazos eran cada vez más hirientes.

Con palabras que fueron en su caso premonitorias, había dicho a su madre y hermanas en los días finales de febrero de 1959 en su casa de la Arzobispo Portes, conforme lo refiere el Padre José Luis Sáez: “al que le caiga una mitra en la cabeza en la República Dominicana en estos momentos, lo compadezco”. Muy lejos estaba de imaginar que ya en abril de ese mismo año sería designado el primer obispo de la recién creada Diócesis de Higüey.

“Veritas et Iusticia” (verdad y justicia), fue el lema de su escudo episcopal, valores que le definieron como hombre, como sacerdote y luego como obispo en todas sus actuaciones.

El ministerio episcopal de Monseñor Juan Félix Pepén se inició bajo el influjo bienhechor del siempre bien recordado Juan XXIII, el “Papa bueno”, quien con su talante afable, sencillo y tolerante y su aguda conciencia de las complejas realidades mundiales, lideró una nueva primavera eclesial, lo cual se hizo manifiesto, especialmente, con la sorprendente convocatoria del Concilio Vaticano II y su invitación a una nueva puesta al día, un nuevo “ aggiornamento” en los que respecta a las relaciones entre la Iglesia y la humanidad.

Otras aristas no menos luminosas de su pensamiento y acción pastoral fueron la historia y espiritualidad de la devoción altagraciana, la educación, la familia, la formación en valores, el amor y el servicio a la patria y la comunicación social responsable. Sobre todos estos temas, entre otros no menos relevantes, produjo Monseñor Pepén hermosas y profundas reflexiones, caracterizadas siempre por su coherencia, hondura, sencillez y solidez doctrinal y humanística.

Que el centenario del nacimiento de Monseñor Pepén sea ocasión propicia para dar gracias infinitas al Altísimo por su fecunda trayectoria de fe y de servicio fiel; que su digno ejemplo de Pastor, íntegro y coherente, nos anime a afrontar con entereza y valentía profética los grandes retos de hoy de cara a una iglesia dominicana cada vez más creíble y una sociedad más justa”.

Conclusión

CERTIFICO que los textos de mi trabajo en conmemoración del centenario del nacimiento de Monseñor Juan Félix Pepén, fueron transcritos literalmente.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los dieciséis (6) días del mes de febrero del año del Señor dos mil veinte (2020).

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