Introducción
En una época en la que los ojos del mundo observan con atención creciente los pasos y decisiones que se dan dentro de la Iglesia, es oportuno hacer una pausa y contemplar con serenidad uno de sus actos más sagrados y meticulosamente custodiados: el cónclave. Este acontecimiento, profundamente impregnado de tradición, recogimiento y discernimiento, no responde a una lógica meramente política ni institucional. Es, más bien, una manifestación del corazón espiritual de la Iglesia, que, asistida por el Espíritu Santo, busca reconocer al legítimo Sucesor de Pedro.
Como pastor que ha vivido por décadas el pulso de la vida eclesial, deseo ofrecer a los lectores una reflexión cercana sobre la seriedad, el espíritu de oración y el profundo sentido eclesial que marcan este proceso que, aunque a veces parezca misterioso, es ante todo un acto vivo de fe y comunión.
1- Sentido profundo del “cónclave”
La palabra cónclave proviene del latín cum clave, que significa literalmente “con llave”. En su origen, este término hacía alusión a un espacio cerrado con llave, en referencia a la práctica de encerrar a los cardenales durante la elección del papa, con el fin de evitar presiones externas y preservar la pureza e independencia del discernimiento.
Por lo antes dicho, el cónclave es el modo solemne mediante el cual los cardenales, reunidos en la Capilla Sixtina, eligen al nuevo obispo de Roma y sucesor de San Pedro. Es una asamblea marcada por el retiro del mundo exterior, el secreto absoluto, la oración intensa y el discernimiento comunitario bajo la invocación del Espíritu Santo. No se trata de un mecanismo electoral, sino de un acto eclesial profundamente espiritual, donde la fe y la responsabilidad pastoral convergen para servir a la Iglesia universal.
2- Simbolismo y espiritualidad del encierro
El aislamiento de los cardenales representa un acto de disponibilidad interior: el dejar fuera el ruido del mundo, las opiniones humanas y las distracciones del poder, para entrar en un clima de escucha atenta al Espíritu. La Iglesia, Madre sabia, sabe que decisiones tan trascendentales solo pueden tomarse en un ambiente de oración. El cónclave es una especie de retiro espiritual, donde quienes tienen el deber de elegir al sucesor de Pedro deben hacerlo como quienes saben que rendirán cuentas ante Dios, y no ante la historia.
3- Preparación del corazón y del lugar
La Iglesia, experta en humanidad, sabe que la forma expresa el fondo. Por eso, cada paso previo al cónclave se prepara con meticulosa atención. Las congregaciones generales que preceden a la elección no son simples trámites: en ellas, los cardenales comparten libremente sus inquietudes, visiones y esperanzas para el futuro de la Iglesia. Se eligen también los responsables litúrgicos, los encargados de la seguridad y el equipo técnico, todos vinculados por un severo juramento de confidencialidad. Se dispone la residencia de los electores en la “Domus Sanctae Marthae” (“Casa Santa Marta”) y se asegura la inviolabilidad del lugar. Cada uno de estos elementos, aunque logísticos, tiene una resonancia espiritual: expresa el deseo de pureza de intención y de reverencia ante la magnitud de lo que está por acontecer.
4- Criterios de discernimiento en la elección papal
Aunque no existe un “perfil de candidato” oficial, la historia y la experiencia espiritual de la Iglesia han modelado ciertos criterios para el discernimiento. Los cardenales buscan un hombre de profunda vida interior, firme en la fe, libre de ambiciones, dotado de caridad pastoral, sabiduría en el gobierno y apertura al diálogo con el mundo. No basta con que tenga dotes humanos: se espera que posea una disposición interior que le permita ser instrumento del Espíritu, sin buscar protagonismo. Además, en tiempos marcados por grandes desafíos globales, se valora la capacidad de leer los signos de los tiempos y de confirmar a los hermanos en la fe. El discernimiento, pues, no se basa en estrategias humanas, sino en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios.
5- Votaciones y signos visibles
La elección se lleva a cabo a través de votaciones sucesivas, en las que cada cardenal escribe el nombre del candidato que, según su conciencia, es el más digno. Se requieren dos tercios de los votos para que haya elección válida. Estas papeletas son luego quemadas, lo que da lugar al tradicional humo: negro si no se ha alcanzado el consenso, blanco si hay un nuevo papa. Este signo visible, tan esperado por los fieles congregados en la Plaza de San Pedro y en todo el mundo, es el eco de una decisión tomada en lo secreto, pero que afecta a toda la Iglesia. Es un símbolo que une al pueblo de Dios en oración y esperanza, y que recuerda que el Sucesor de Pedro no se impone, sino que se manifiesta.
6- El instante sagrado de la obediencia total
Cuando un cardenal es elegido, se le formula la pregunta: ”¿Aceptas tu elección canónica como sumo pontífice?”. Luego de aceptar, el nuevo papa elige entonces su nombre, con el cual desea identificar su ministerio y su visión pastoral. Con la aceptación, el elegido se convierte en Papa, aun antes de ser presentado al mundo. Es el momento en el que la carga del ministerio petrino comienza a descansar sobre sus hombros.
7- El Espíritu Santo en el corazón del proceso
Al hablar del cónclave, algunos suponen que el Espíritu Santo “impone” un nombre al colegio cardenalicio. Pero la verdad es más delicada y profunda. El Espíritu actúa en la libertad, no a pesar de ella. Asiste a los electores, los mueve interiormente, suscita luces y purifica intenciones. No garantiza que cada elección sea humanamente perfecta, pero sí que será espiritualmente fecunda si se ha hecho con honestidad y apertura. Esta es nuestra confianza: que, más allá de debilidades humanas, el Señor guía a Su Iglesia con la promesa de Cristo: “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. En esa promesa se funda nuestra esperanza, y en ese Espíritu reposa la paz con que acogemos al nuevo Pastor.
8-Mi candidato
A lo largo de mis sesenta años como sacerdote y casi cuarenta como obispo, he procurado vivir en filial obediencia al Sucesor de Pedro, en la certeza de que, en su ministerio, se cumple la promesa de Cristo a su Iglesia: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). En este espíritu, y ante el recurrente interés de muchos fieles, y no pocas veces también de los medios, sobre quién debería ser el próximo papa, me permito expresar con sencillez cuál es mi candidato.
Mi candidato es, y siempre será, aquel a quien el Espíritu Santo elija por medio del discernimiento orante y colegial de los señores cardenales. No tengo otro. No necesito otro. Porque confío en la acción invisible, pero real, del Espíritu, que sabe suscitar en el momento justo a aquel pastor que la Iglesia necesita. Mi adhesión no es a una figura o estilo, sino al ministerio petrino, sea quien sea el que lo reciba.
Así como he servido con amor y obediencia a los pontífices que he conocido, cada uno con sus dones, carismas y énfasis pastorales, me dispongo a acoger al nuevo papa con la misma fe y disponibilidad. La unidad con Pedro no es una opción entre otras: es el signo visible de la comunión eclesial. Y a ella me abrazo, hoy como ayer, con la certeza de que quien ama a la Iglesia, ama también a aquel a quien el Espíritu le confía la misión de confirmarnos en la fe.
Conclusión
CERTIFICO que todo lo expresado en estas líneas nace de la experiencia vivida en fidelidad a la Iglesia, desde el amor profundo al ministerio petrino y con la certeza de que el Espíritu Santo guía a su Esposa en cada época. He procurado servir con obediencia, respeto y oración a cada sucesor de Pedro, y así lo seguiré haciendo, confiado en que el próximo papa será aquel que el Espíritu suscite para el bien del pueblo de Dios.
DOY FE en Santiago de los Caballeros a los dos (2) días del mes de mayo del año del Señor dos mil veinticinco (2025), a pocos días de iniciarse el cónclave que elegirá al sucesor de Pedro no. 267.