¿Era Hitler homosexual? El escritor norteamericano Irving Wallace hizo una amplia crónica descriptiva numerada como la 12 en su obra “El Caballero de los Domingo” sobre el “falsificador” holandés Hans Van Meegeren un poco después de la Segunda Guerra Mundial. Es más descriptiva que crítica porque seguro que no la escribió un domingo cuando podía darse el lujo de expresar libremente, sin someterse a las condicionantes, exigencias y censura de los editores de diarios y revistas que le solicitaban y pagaban sus reportajes, como él mismo confiesa.

Meegeren no fue “el hombre que engañó a Göerig”, aquel gordo, “simpático” y cruel, general alemán, que recogía obras de arte por cualquier lugar que pasara, con su sonrisa de muñeca Chucky. Él procuraba aumentar la colección de Hitler y la suya propia aunque tuviera a los “degenerados” como Picasso, Grosz, Staël, Matisse, Derain, Duchamp antes del “orinador”, que de haberse sabido, lo fusilan en el acto.

Henricus Antonius Meegeren tenía 58 años cuando en el 1947 fue acusado de colaborar con los nazis. Su casa de la 321 Keizersgracht estaba en un barrio burgués de Ámsterdam y se correspondía con el nivel de vida de un pintor que había obtenido unos 60 millones de liras por la venta de 6 cuadritos que “aparecieron de una colección descubierta” con la firma de Johannes Vermeer considerado el más grande pintor de todos los tiempos “habidos y por haber” y cuya autenticidad no dejaba ni un chinchín de duda puesto que llevaba el sello de los críticos expertos de la talla de Van Dantzig y Maurits Michel Van con una venta por Aloys Miedl, reconocido conocedor del mundo real del arte. De hecho, esos críticos eran más colaboradores porque al autentificar las obras, aparte de que se perdieron en los laberintos del engaño de Meegeren, tenían deseos de agradar al Führer que se derretía por Vermeer, Velazquez y Rubens.

Para el juicio se contó con los expertos de las universidades de Oxford, Harvard y Rijks que afirmaron que los Vermeer de Göerig eran todos auténticos. Si se probaba que Meegeren le había vendido ese importante pedazo de patrimonio de Holanda a los nazis, su ruta existencial terminaría en un paredón o en la “gazá” de un lazo que le serviría de corbata, con los pies en el aire.

Meegeren hizo fortuna entre 1937 y 1943. Poseía más de 50 casas de lujo y 2 clubes nocturnos donde llevaba una vida que Vermeer nunca imaginaría cuando vivió su corta existencia en Delf entre 1632 y 1675 lo que le dio tiempo a pintar solo 34 telas que son consideradas obras maestras del ingenio del ser humano y patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Ninguna de las 6 pinturas de Meegeren son copias de otras obras de Vermeer por lo tanto no son falsificaciones. Son todas creaciones con la misma técnica del maestro. El calentamiento artificial, por ejemplo, hacía que los pigmentos disueltos en los aceites y huevos se cuartearan lo que las envejecía y “despistaba” a las eminencias de la crítica. Ja, ja, ja, ja, ja.

En definitiva y gracias al capitán holandés Joop Piller, la acusación varió de colaborador de los nazis a estafador, lo que impidió que lo fusilaran cuando bajo prisión demostró su destreza al realizar su 7º Vermeer. La película “The Last Vermeer” expone con suma claridad el caso.

¿Hasta qué punto logró Meegeren ridiculizar, humillar y burlarse de los mas expertos críticos de su época? Porque luego, siguiendo el curso de la historia de las obras de artes falsificadas, muchos de esos expertos determinaban la autenticidad de muchas imitaciones por la cantidad de dinero involucrado en el jueguito o el engaño. ¿Cuántas veces esos críticos no sabían a ciencia cierta y a vuelo de pájaro que lo que evaluaban era una tremenda obra y que lo único falso era la firma o una “obra a la manera de”? No pudieron impedir que hoy esos Meegeren sean tan famosos como los del pintor de Delf y sean considerados patrimonios de Holanda.

Van Meegeren, por Mercader.

Es imposible que de los 3,000 cuadros que realizara Camille Corot, 7 mil 500 y pico estén en los Estados Unidos sin la complicidad del artista, vendedores, críticos y hasta, en muchos casos, de los mismos compradores. Ninguna de las copias son retratos, todas son de los paisajes. Es lo que ocurrió con aquel millonario mafioso de Texas Algur H. Meadows que “fue estafado” por Fernand Legros con una gran cantidad de Modigliani, Picasso, Chagall, Matisse, Gauguin, Rouault, Renoir, Monet… Total, que una vez montado su Museo Meadows de Dallas y perteneciente a la Southdern Methodist University, el público ni le daba mente sobre si era falso o verdadero lo que veían. Que los Picasso fuesen falso, no cambiaba nada, porque Elmyr de Hory los hacía mejor que los originales. La colección del millonario Meadows era una colección casi completa del pincel de Elmyr de Hory.

En el caso de Meegeren, se desmitificó la gran “sabiduría” de los críticos implacables que lo rechazaron por considerarlo un pintorzuelo de baja estofa. Su venganza fue demostrarles que él era “el mejor pintor que jamás existió”, aunque como reencarnación de Vermeer. Claro que “el mejor pintor” es el más cotizado, como él, y de acuerdo al ranking que ingenuamente se cree porque no se dan cuenta que el valor de sus obras es muuuuuuucho mayor, pongamos, que el gran “cotizado” G. Orozco. Solo que los ingenuos “no tan pegao” con los que manejan el ranking y Orozco es hasta accionista. ¡Así sí es fácil ganar fama!

Las obras de Meegeren deben ser consideradas como obras de arte originales y geniales por partida doble. Ninguna de ellas es una copia o imitación de Vermeer y aunque puede hablarse, y el propio artista lo admitió, que Vermeer es su inspiración y su maestro. Sin duda, su fuente de riqueza. No nos referimos al arte derivativo, de lo que escribiremos luego. Pintar a Marilyn a partir de la misma foto que Warhol, no tiene que ver en lo absoluto con él, aunque la gente te clasifique en sus seguidores, de la misma manera que los trabajos cubistas de Oviedo o de Jacinto Domínguez no son de Picasso.

¿Acaso eso no ha sucedido siempre? En la época del Renacimiento se confunden maestros con maestros y hasta con los alumnos. ¿Quién puede diferenciar, en la modernidad, un Braque de un Picasso en la era del cubismo?

La obra de Meegeren es grandiosa, incluyendo los Vermeers.

Se plantea, con este pintor holandés e inteligente, una cuestión que el mundo del arte ha manipulado antojadizamente: la elección arbitraria, la clasificación interesada de artistas y obras de manera que se constituyan en un espectáculo y en una mercancía de altísimo valor cuyos parámetros los establecen ellos con la complicidad de las casas de subasta, los “coleccionistas” y los “críticos” expertos que “validan”, con sus pagas opiniones escritas en revistas que ellos mismo editan. Ellos determinan la cotización como si el valor que le da el artista no contara.

Cuando el periodista francés Benoit Landais probó y lo publicó en su libro “L’affaire Gachet”, que de los dos retratos que los museos validaban como verdaderos, uno era una falsificación del propio Dr. Gachet retratado por Van Gogh. Landais demostró con pelos y señales que el Gachet, con una mesa roja, no fue hecho por el “loco” Vincent. Pero, ¿podían los interesados darse el lujo de perder más de 80 millones de euros aceptando que Landais tenía razón?

Si hoy día aparecen copias e imitaciones no puede nadie alarmarse porque justamente una de esas leyes que impuso, y que no va a durar mucho tiempo, el “arte contemporáneo” es que todo artista puede hacer las copias que quiera y de quienquiera, como el “pensador de Rodín” de Quebec, una copia burda “pintorreteada” de color turquesa.

Estamos hablando de que la condición de Meegeren, de un simple colaborador por ventas de pinturas, cambió a estafador para salvarse de una muerte segura. Nos damos entonces cuenta, cómo ha cambiado la mentalidad europea sensible y dispuesta a condenar cualquier gesto o índice de nazismo por las atrocidades sufridas. Hoy día, no es un gesto ni una simple simpatía, es incluso pertenecer a un grupo como el AZOV de Ucrania que ha sido legalizado, todos matones, dispuestos a “degollar a todos los niños rusos que aparezcan y a no retener ningún prisionero” violando los más elementales acuerdos de guerra.

Meegeren era alto gris, de ojitos dormilones, elegante, un gentleman de corbata por dentro, de poco reír, de mucho gozar y con un parecido a Fidelio Despradel. Gracias a su espíritu jodón los pintores aprendieron a ver a los críticos en su mas amplia desnudez, como aquel vanidoso rey del cuento.

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