En Santiago hay más de un monumento, pero cuando se dice el Monumento, se habla de uno de lo más altos que se haya erigido en el Caribe. A 312 metros sobre el nivel del mar sigue girando alrededor del número 30: 30 caballeros; 30 samanes de Mamoro Matsunaga; 30 empleados; 30 de marzo, primera visita de Trujillo y, seguro, rodeado de 30 coches.

Lógicamente debería llamarse el Monumento Gazón de la misma manera que se llama el de París, en honor a su arquitecto Gustave Eiffel, y como se llaman los edificios importantes de la calle El Conde.
Henry Gazón Bona era dominicano hijo del francés George Louis Gazón Rave y Marie Bona Steffani de Córcega. Gazón (se pronuncia gasó y no lleva acento) casó con Evangelina Cabral y Pellerano y estudió en París, de ahí que se crea que era francés. Cayó en este país con el rango de mayor del Ejército para ser parte del equipo de Trujillo que construiría las edificaciones significativas como el Mercado Modelo de la Mella y las casas de grandes comerciantes y políticos que empezaban a poblar las afueras de la ciudad por allá por Gazcue. De influencia Deco y del gusto de Mussolini que prevalecía en Italia.

Dos modelos, o patrones arquitectónicos, dominaron la escena dominicana de ese entonces: uno, el de las escuelas primarias, que se repartiría en todos los pueblos y, dos, el Partido Dominicano. La idea era que donde hubiese una iglesia debería haber un local del Partido, así es que si Dios estaba en todas partes, Trujillo también.

Eso no le bastó al régimen para crear una estructura política nacional que eternizara al Jefe. Es por eso que a Mario Fermín, más que ferviente adulón de Trujillo, “se le ocurre” construir el Monumento “al hombre”. No fue suficiente para Fermín (eso lo explica Freud cuando habla de la lisonja sin fin como la avaricia infinita) ser el autor del absurdo cambio de nombre de la capital por el de “Ciudad Trujillo” y su celebración con el “obelisco macho”.

Cuando Fermín oyó a Pedro Estévez en Santiago proponer erigir un monumento grandioso, más alto que La Ceiba de Tamboril (que salvó Eugenio Marcano de convertirse en 30 sacos de carbón) para colocarlo a unos 800 metros al oeste de la Estación Marte, donde había un cañoncito que servía de recordatorio a lo que había sido el Fuerte Dios (parquecito Imbert), él pensó que debía hacerse el más grande monumento del Caribe, pero no a los héroes del 30 de marzo, sino “al Jefe”.

El Comité Pro-monumento se formó con el entusiasmo de Pedro Espaillat, a quien Fermín sugirió como Presidente; y otras figuras como Manuel Tavares Julia; Rafael Bonelly (expresidente); Anselmo Copello (exsíndico y dueño de La Habanera); Fello Vidal, quien dirigía el periódico La Nación y había sido director de La Información que, para ese momento, dirigía Luis Franco. También estaban Augusto Vega y otras personalidades de la burocracia dominante santiaguesa.

Antes del Monumento

La dueña del cerrito se llamaba María Petronila vda. Minaya quien en su quinta “encumbrá” contemplaba los atardeceres cuando el Yaque los adormecía. Santiago era todavía su finca con algunas casas de los que salieron huyendo del terremoto de Jacagua, hasta convertirla en una ciudad que limitaba por el oeste la barranca, donde fueron construidos los tres fuertes (Dios, Patria y Libertad en la misma línea de la calle Pte. Guzmán antes General López), por el norte el “Camino de Barro”, por donde estaban los rieles del tren y el cementerio, y, por el sur, la barranca del río que iba desde la “Cuesta del Burro” (donde está el puente Hermanos Patiño) hasta un poco más allá de la “Cuesta de las Piedras” por detrás de la Fortaleza San Luis. Por el este terminaba en el “Callejón Nuevo” (hoy Juan Pablo Duarte) al pie del cerro.

De la invasión de 1822 le quedó el nombre de Cerro Haitiano y, para la ocupación española de la anexión, en 1861, el General Buceta construyó un fortín custodiado por 24 soldados al mando de un teniente. Ya se le conocía como “Cerro del Castillo”. Sin embargo, los restauradores lo tomaron para desde ahí atacar el Fuerte, prender fuego y sacar los españoles. En 1914 Desiderio Arias lo tomó en contra del Presidente Bordas Valdez para ya retirarse a la Línea cuando no pudo defender a Santo Domingo de la invasión de marines en 1916.

Cuentan que allá arriba se colocó una campana para alertar en caso de incendio en los tiempos en que se instalaba el acueducto.

Por 1925 Santiago disfrutó de la oficina de radiotelegrafía o de telégrafos, en la medida que el cerro iba pasando de mano en mano. Ahora se decía que era un punto importante para el Gobierno y así se quedó después de haber transitado por las manos de la viuda Minaya, Manuel Espaillat, Casimiro Abreu, Vicente Morell y José Ramón Cordero.

La estructura

El monumento tiene 4.5 metros bajo tierra y no lo remenea ningún terremoto. En total, 80 desde la cabeza del ángel hasta el piso de la primera planta.

Si ocurriera el deshielo y la isla volviera como en la prehistoria, el espacio entre las Cordilleras Septentrional y Central volviera a ser mar y las ciudades de Sánchez, Villa Riva, San Francisco, Moca, San Víctor, Santiago, Navarrete y todas las que siguen hasta Montecristi, quedarían bajo agua, con la mitad del monumento afuera y María, la escaladora, diciendo que eso es de ella.

El Monumento a la Paz de la era de Trujillo se convirtió en uno de los más altos, superado más luego (1956) por el Memorial a Martí en La Habana, la famosa Plaza de la Revolución, chico.

El rechazo del Fefe

El 30 de marzo de 1955 Chapita fue conducido para admirar la obra, cuando en realidad ya hacía tres años que estaba terminada. En su recorrido por el primer piso se le vio soltar una sonrisita al verse de cuerpo entero en una escultura dominante en la parte oeste frente a la ciudad. Alejandro Sarvougnac, el escultor, respiró al sentir que ya había pasado la prueba. Por la del ángel, en la cima, no temía, total que Trujillo ni se daría cuenta que la cara era de una prostituta de la Plaza Valerio que el escultor conoció, según el Chusma Times, algo muy improbable.

En el segundo nivel, Trujillo admiró los seis murales de Vela Zanetti, y se detuvo en el de los Héroes de la Restauración. Con voz de “flauta desafiná”, preguntó por la polaca Sacha Goldberg, esposa de Zanetti, y luego que “quién era el morenito de la gorra”.

  • “El General Luperón, mi General”, respondió Fermín con voz temblorosa. Su prueba no había terminado hasta que el “Benefactor de la Patria Nueva” no terminara su recorrido. En el tercer piso, llegó hasta el mural número 10, en el que Zanetti representó el fin de la deuda con los Estados Unidos, con un obrero que rompía sus cadenas. La paranoia de Trujillo, siempre a mil, interpretó que alguien rompía las cadenas de su tiranía y se liberaba. Parece que le picó el mismo Diablo; ahí mismo dio media vuelta y, a paso acelerado, empezó a buscar la salida.
  • ¡¿Qué es lo que se piensa el español de mierda este?!
    En el cuarto piso no hay murales y los del quinto nunca los vio. Veinte en total.
    Tanto Fermín como los del Comité de inauguración cayeron en desgracia con los caprichos del “Doctor Honoris Causa, y padre de la Patria Nueva”. Ya “los jamones” Ercilia y Sergio lo habían humillado demasiado en años anteriores.

Inauguración

En definitiva, el Monumento nunca se inauguró, pues la idea de Balaguer era preparar un entorno de construcciones y desvelar el paquete que continuó con la construcción del Hotel Marién (Matúm) del mismo Gazón Bona.

En total, con lo que aportó el Senado ($600,000) y lo que recaudaron, el Monumento le costó al país $624,423 con 98 centavos, suma que no cuadra porque las recaudaciones fueron de $41,000. A eso hay que agregarle el costo de remodelación del 2007 cuando Leonel lo inauguró oficialmente.

Lo malo

La remodelación del 2007 le dio otro brillo y le devolvió la majestuosidad, la limpieza y lo convirtió definitivamente en museo. Sin embargo, bastaba con dejar los bustos de los Restauradores como originalmente estaban, obras del conocido escultor Joaquín Priego, y no unas esculturas rígidas y horribles de hombres asustados que, más que rendirles homenaje, empañan la memoria de los héroes. Es parte de un movimiento que se creó en la gestión del amigo Lantigua que saturó los espacios con estas esculturas de muy mal gusto, al igual que los dioramas. El de Mella moribundo es algo tenebroso. ¡Virgen de los encaramaos! Los consejos de los mondongueros, no son buenos.

Lo otro malo es que no se haya agregado un cafecito donde se pueda uno sentar a conversar con un bizcochito, un pastelito, ¿y por qué no? 30 cervecitas para 30 amigos. De hecho, esa idea está desde la misma concepción del proyecto de Bona.

Se necesitaba darle rienda suelta a José Manuel Antuñano para que hiciera un pequeño stand o boutique para vender souvenirs, artesanías de monumentitos, camisetas, tazas, que contribuyan a las arcas y a difundir un orgullo del santiagués.

El Monumento en su mejor momento

El día que pensaron nombrar al director del Monumento solo tuvieron que fijarse en el arquitecto Antuñano para entender que él sería el perfecto guardián de ese espacio cultural. Era quien más se parecía al Monumento y el más entusiasta. Con una vasta cultura, Antuñano sabía perfectamente cuál era la importancia del edificio, cuáles sus necesarias transformaciones para que el monumento fuera un verdadero respiro para Santiago. Ese supuesto respeto a su solemnidad es pura pendejá, porque a los restauradores no se les erigió. No es lo mismo ser plato de segunda mesa… Si se hubiera respetado su solemnidad no le hubieran robado los bustos originales de bronce de Priego y menos de llenarlo de payasos de fibra de vidrio.

Todavía Santiago le debe un monumento de primera a esos dominicanos que nos liberaron de la opresión, burlas, vejámenes y caprichitos de los españoles de entonces.

Cuando subí a la quinta planta conversamos cara a cara, aunque él seguía en la primera, como aquella famosa conversación del cómico Costello, Who is on first… El Monumento, me decía Antuñano, es un matrimonio de la arquitectura con Vela Zanetti para que no sea un templo militar intocable, sino ese museo y mirador desde donde se puede ver hasta a Toñé pescando en el río. En este proyecto de murales no lo ayudó el maestro Jacinto Domínguez porque Vela estaba mudado en New York preparando las canvas al tamaño exacto.

De la mano de Antuñano, el Monumento era un espacio vivo, seguro, educativo, divertido, cosa que nunca ocurrió. Allí se sentían acogidos todos los visitantes, turistas, dominicanyork hablando un inglés apretujao y con acento cibaeño, bery biutifui, grupos de estudiantes, que eran bien documentados por guías especializados. Se notaba una labor titánica de Antuñano quien contribuyó a destrujillizar el área, aunque siempre quedará una gran zurrapa y un magnífico recuerdo de este director, que el cambio se llevó, con la venia del amigo Marlon, a quien le toca destrujillizarlo, y seguro que lo hará.

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