Jóvenes con condiciones especiales estudian y desarrollan sus capacidades y talentos a través del aprendizaje de tareas en diversos talleres

La Escuela Taller de Santo Domingo, ubicada en la calle José Reyes de la Zona Colonial, tiene años demostrando que las personas con condiciones especiales son capaces de hacer y ser lo que se propongan.

Es la única en el país de su naturaleza, a pesar de lo indispensable que resulta. Está compuesta por 8 talleres que forman a jóvenes y adultos en diferentes tareas, entre ellas, carpintería, construcción, artesanía especializada, ebanistería, electricidad, herrería, informática y fontanería, que sacan lo mejor de cada persona que forma parte de este espacio.

Para Inés María Rosario, coordinadora académica de la escuela, este es su trabajo ideal. Tiene 37 años de experiencia trabajando a favor de la inclusión en el país. Durante un recorrido con elCaribe, mostró lo retador pero a la vez bondadoso que es este espacio. “La escuela busca, a través de un proceso largo, tedioso y difícil, que la gente entienda que todo el mundo tiene derecho a incluir a los chicos y equiparar oportunidades, en diferentes áreas”, sostuvo.

La escuela fue fundada con el objetivo de restaurar monumentos coloniales, su razón inicial de ser no era necesariamente el crear un espacio que fomente la inclusión. “La escuela estaba renegada a un tipo de aprendizaje, que solamente estaba fermentado en un grupo, pero ahora no, ahora tenemos un grupo con diversas discapacidades, en todos los talleres”.

El giro a ser un espacio en el que lo jóvenes puedan desarrollarse, expresarse y aprender, se dio alrededor de hace 20 años, cuando Inés propuso a la persona que trajo la escuela a el país, que se incluyeran a unos chicos con condiciones especiales para que aprendan a hacer algo, una petición que aceptó bajo la condición de que ella también formara parte de la institución.

“Cuando yo vine, contacté a la persona que trajo esta escuela desde España, Saturnino Cisneros. Le dije que iba a traer a unos chicos para que aprendieran y él me dijo, si tu vienes, ellos vienen y yo dije que sí. Cuando vinimos él nunca había trabajado con gente con discapacidad, y el trabajó y lo tomó de sus manos. Esos chicos fueron la primera promoción que salió de aquí”.

Recuerda que en una ocasión él la reconoció y le dijo que era una visionaria. “Le dije no, lo que pasa es que yo sí creo en esto, yo pudiera estar equivocada, porque no lo había experimentado ya que no había un lugar como este, pero el creer que si era posible, me llevó a defender esto con uña y dientes”.

Lo que a Inés le resulta más satisfactorio de trabajar en la escuela es ver los avances que tienen los estudiantes a pesar de sus limitaciones y el hecho de ver la fuerza de voluntad que tienen cada uno de ellos para salir adelante. “Para mi trabajar aquí es muy satisfactorio, porque hoy nosotros estamos viendo avances”.

La sorpresa para las familias

En esta escuela hay jóvenes y adultos con diversas discapacidades e impactantes historias detrás de cada uno. “Ese es el trabajo aquí, chicos con autismo, con discapacidad motora, con problemas de autoestima. Un adolescente con problema de parálisis en un miembro superior y te preguntas, ¿cómo te proyectas socialmente?. Chicos que están en condición de falta de aprendizaje, y en las escuelas no lo evalúan para saber por qué no aprenden, entonces pasa la edad, lo transfieren a un programa académico que no les responde. Ese es mi trabajo”.

Pero no sólo es el tema de sus discapacidades físicas, este trabajo también va de la mano con la vulnerabilidad a la que están expuestos la mayoría de los estudiantes.

“Estamos fomentando que ellos aprendan a hacer detalles con tela reciclada, de modo que cuando terminen los proyectos, ellos desde su casa puedan tener cosas que hacer sin necesidad de emplearse, porque ¿quién les va a dar trabajo?”.

Lo impactante y difícil de comprender para las familias es que a pesar de que lo intenten, solos no saben salir adelante con sus parientes con condiciones especiales. Por tal razón, es común para Inés escuchar la pregunta de ¿cómo es que logran desarrollar sus capacidades?

La respuesta es simple. Sin importar cuál sea su discapacidad, Inés habla con los alumnos, con palabras o a través del lenguaje de señas, pero todo es comunicado desde el amor y la empatía.

“Las familias vienen y te dicen, ¿cómo lo hacen?, ¿cómo lo logran?, pero cuando ven la necesidad que tienen sus hijos de estar más cerca de ellos, entienden un poco lo que es vivir aislado del lenguaje. Pasa también con lenguaje de señas, si no los entienden, se sienten aislados y los padres no quieren aprender porque es difícil, pero no lo es”.

Por esta razón, uno de los proyectos que tiene más adelante es hacer una escuela dirigida a los padres, “para que se empoderen, busquen soluciones y acompañen a sus hijos en este proceso”.

Aprendizajes

De este trayecto Inés ha llevado consigo muchos aprendizajes, siendo el más importante creer en la capacidad de las personas con condiciones especiales.

“Una de las cosas es a perseverar, creer. Era difícil cuando empezamos 20 años atrás, lograr tener tanta gente con tantas condiciones de discapacidad, en un espacio, haciendo cosas, y gente joven que no contaban con tanto apoyo ni siquiera con el apoyo familiar por falta de recursos o las razones que fueran. Me enseñó a creer, me enseñó a ser paciente y me enseñó este trabajo a tener determinación”, puntualiza la maestra.

Deficiencias

Aunque su optimismo la impulsa a trabajar cada vez más a favor de estas personas, Inés destaca que aún falta mucho camino por recorrer y muchas áreas de oportunidades que cubrir en cuanto a materia la inclusión.

“Hace falta personal calificado. No cualquiera puede hacer este trabajo, porque además de tu tener habilidades académicas no podrías venir a dar una clase. Aquí también hay muchas personas que se enganchan a esto, todo el que no pudo terminar una carrera lo enganchan a maestro”.

También destaca la falta de maestros capacitados y espacios habilitados para poder trabajar en pro de la inclusión.

“Este es un grupo de 114 pero los que se quedaron fuera este año son más porque aquí no podemos tenerlos a todos, no hay rampas para sillas de rueda, no hay maestros. Soy la única persona de este centro que estudió educación especial. No es tan fácil el día a día. Este también es un lugar prestado, la escuela no tiene un espacio propio. De 52 escuelas que hay, esta es la única que tiene a personas con discapacidades en RD. El acompañamiento que requieren las personas con discapacidad, todavía estamos lejos de tenerlo”.

Más allá de formar a los estudiantes a que aprendan a hacer un oficio, es un espacio que hace un trabajo social, acompañándo a sus parientes a que entiendan el mundo de sus familiares con discapacidad.

Feria para presentar sus trabajos

A final de cada semestre la escuela organiza una feria, una en junio y otra en diciembre en la que los estudiantes presentan los trabajos que han realizado a lo largo del año.

Las presentaciones artesanales incluyen piezas de barro, sonajeros, collares en jícara de coco y una diversidad de artículos en macramé, listones, bisutería y pintura sobre madera, todos creados por los mismos estudiantes demostrando que las discapacidades no son límites para su desarrollo.

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