Hoy en día la globalización parece estar en repliegue y aunque el intercambio de productos fabriles tiende a disminuir también es cierto que la globalización de productos no físicos, es decir los servicios de todo tipo, es más considerable que nunca y gran parte de este comercio de ideas no aparece reflejado en las estadísticas oficiales. Sin embargo, debemos reconocer que las cadenas de valor que han vertebrado la economía del mundo desde los años ochenta están sometidas a una tensión sin precedentes por motivos diversos como la tirantez entre las democracias europeas y Rusia, la pandemia del covid, la vuelta de nacionalismos populistas y la creciente agresividad de Estados Unidos contra China y sus principales aliados comerciales.

Tal vez la historia tan necesaria como olvidada, nos pueda llevar a entenderlo y apoyaré para ello un reciente trabajo de Rober Skidelsky, profesor emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick y miembro de la Cámara de los Lores británica. A principios de los noventa el comunismo colapsó en la Europa oriental, Den Xiaoping impulsaba la empresa capitalista en China y el politólogo norteamericano Francis Fukuyama pregonaba el fin de la Historia haciendo referencia al triunfo del libre mercado y la democracia liberal tras la guerra fría. Años antes el economista Lionel Robbins, partidario del libre mercado advertía, sin embargo, que la tambaleante base del orden internacional de la posguerra no se podía sustentar sobre una economía globalizada, aunque en medio del triunfalismo capitalista de los años noventa esas consideraciones pasaron inadvertidas. Desde luego, se inauguraba una era de geopolítica “unipolar” con la clara hegemonía norteamericana que había derrotado al monstruo soviético y había derruido la última barrera política para la integración económica mundial.

Deslumbrados por la situación politólogos y economistas, una vez más, ignoraron la historia que demuestra que la globalización siempre ha sido un proceso complejo de avances y retrocesos. La primera fase, la que presenta el historiador Erick Hobsbawm en su libro “La era del imperio 1875-1914”, se produjo con la aparición del vapor y la enorme reducción de los costos del transporte y las comunicaciones. Antes de la Primera Guerra Mundial los mercados de las materias primas estaban totalmente integrados y a nivel financiero el patrón oro mantenía cambios fijos y permitía que los capitales, protegidos por los imperios fluyeran libres y con poco riesgo. Esta dorada era del capital acabó con dos guerras mundiales y la Gran Depresión, sumatoria de acontecimientos que redujeron los flujos comerciales a niveles de comienzos del siglo XIX. Como sucede hoy dia los gobiernos impusieron aranceles y controles al capital para proteger las industrias nacionales y el empleo dando como resultado la aparición de bloques económicos. De hecho, la entrada en guerra del eje compuesto por Alemania, Japón e Italia tuvo que ver con la idea de crear sus bloques desde el ámbito de sus economías nacionales a mediados del siglo XX.

La segunda oleada de la globalización, iniciada a mediados de los ochenta del siglo XX y acelerada con la caída del socialismo y el auge de las comunicaciones, está sufriendo un retroceso y constatamos una fuerte reducción de los movimientos de capital y una transición comercial que se desliza de la interconexión a la fragmentación, pues Estados Unidos y China lideran la formación de bloques geopolíticos separados.

En este tiempo presente la geopolítica una vez más amenaza con quebrar el orden internacional. El libre comercio necesita fundamentos políticos robustos que alivien las tensiones y debemos reconocer que la economía neoliberal que dominó la formulación de la política, durante los últimos cuarenta años, alimentó generosamente la inestabilidad global al menos en tres aspectos notables. Primero, los neoliberales no contemplan la incertidumbre. El credo de los mercados eficientes legitimó la desregulación y cegó a los responsables políticos frente a los peligros de dar libertad absoluta a las finanzas con la consecuente catastrófica y vergonzosa crisis financiera de 2008. Los mensajes del Fondo Monetario afirmaban, sin rubor, que el sistema bancario era seguro y los mercados se auto regulaban, argumentos que suenan con la distancia casi ridículos, y pese a todo la banca hoy día sigue subvalorando los riesgos económicos. Segundo, los economistas neoliberales no prestan la atención a los cada vez más latentes desequilibrios globales. Sus ideas de las integraciones económicas dirigidas por el mercado dieron como resultado la transferencia de la producción industrial de las economías desarrolladas a las economías en desarrollo con el consiguiente flujo de capital de los países pobres a los ricos, desequilibrio que viene alentando el proteccionismo y contribuye acentuar los bloques económicos. Por último, la economía neoliberal es indolente frente a la abrumadora desigualdad y tras cuarenta años de hiperglobalización, recortes impositivos y sucesivos ajustes fiscales el 10 % más rico de la población mundial, es dueño de casi de 80 % de la riqueza del planeta, mientras que la mitad más pobre solo tiene el 2 %, y usando las palabras de Skidelsky cada vez más y más riqueza va a parar a manos de especuladores tecnológicos y estafadores.

Esperemos que esta segunda ola de la globalización no acabe como la primera en una conflagración mundial, aunque no podemos descartarla dada la mediocridad intelectual del conjunto actual de lideres mundiales y la falta de ética del capitalismo financiero. Hoy más que nunca necesitamos ideas nuevas y propuestas audaces para no caer en un futuro sin esperanzas.

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