Una de las más antiguas y grandes haciendas azucareras en la isla de Santo Domingo fue la Hacienda Santa Ana de Engombe, construida posiblemente a principio de la década de 1520, según Gonzalo Fernández de Oviedo.
Estaba a orillas del río Haina a tres leguas de la ciudad de Santo Domingo. Sus dueños originales fueron, Pero Vazques de Mella y el genovés Estevan Justinian, y luego pasó a manos de sus herederos que pararon la producción, cerraron el ingenio y dividieron las tierras, los pertrechos del ingenio, los negros, vacas y todo aquello que se podía aprovechar. Luego Juan Baptista Justinian reparó la casona, posiblemente en 1535 y construyó un trapiche de caballos y comenzó a moler caña aumentando cada día la producción de azúcar. Originalmente, el ingenio tenía un sistema hidráulico que presentó problemas desde el principio. Una de las ventajas de los trapiches de sangre es que podían seguir moliendo caña en periodos de sequias, cuando bajaba el caudal del agua de los ríos.
La Hacienda Santa Ana es una de las mejores conservadas en Santo Domingo. En la misma se puede observar las ruinas bastantes completas del palacete, ermita, depósito de azúcar, trapiche y algunos vestigios de la casa de calderas o de pailas. Se destaca en el conjunto el palacete, construido con sillares de piedra caliza, de dos plantas con sendas galerías de dos arcos con columnas también en piedra. Este palacete ilustra el estilo señorial de vida de los grandes azucareros en el segundo cuarto del siglo XVI.
En cuanto al área de producción, el ingenio tiene un trapiche de sangre (movido por animales), construido hacia 1535, cuando fue eliminado el sistema hidráulico. Tiene una planta poligonal de doce lados formada por dos muros concéntricos que dejan al centro un cilindro de aproximadamente seis metros de diámetro donde estaban colocados los rolos de madera verticales, para exprimir la caña. El área central tiene tres accesos, Por uno entraban la caña, por otro salía el jugo de la caña y por el otro sacaban el bagazo que luego de secado lo utilizaban como combustible para alimentar los fogones. La parte superior estaba techada con una estructura de madera cubierta de yaguas o cogollos de la palma real
De ahí el jugo de la caña pasaba a la sala de calderas donde se reducía el guarapo para luego colocarlo en hormas de barro que después pasaban a la casa de purga o área de secado, donde se separaba el azúcar cristalizado y se daba forma a los panes de azúcar. De esta parte solo quedan algunos vestigios de muros de mampostería. De ahí los panes de azúcar eran trasladados a un gran almacén que está en las proximidades del palacete para mayor protección. Este almacén es de planta rectangular con pequeñas ventanas en forma de aspilleras.
Otra edificación que se destaca en el conjunto es la capilla, la cual está próxima al palacete. En su interior la capilla tiene un ábside circular, separado de la única nave por un arco de triunfo de medio punto, apoyado en dos estípites o pilastras tronco-piramidales invertidas. Hacia el suroeste de la capilla mayor se encuentra la pequeña sacristía que recibe el empuje de la cúpula y del lado opuesto una espadaña de una campana sobre el contrafuerte que recibe el empuje de ese lado. La capilla mayor está cubierta por una media cúpula vaída, de piedra, mientras que la nave está cubierta por una estructura de madera a dos aguas con tejas de barro, reconstruida durante los trabajos de restauración. Es probable que originalmente estuviera cubierta por un material deleznable como yaguas o tejamanil. En la parte exterior del muro del ábside puede apreciarse sobre uno de los sillares unas líneas radiales y un pequeño agujero, lo que hace pensar en la presencia de un reloj de sol.
Al parecer el ingenio estaba en buenas condiciones en el siglo XVIII, pues en un acto de venta, fechado 14 de septiembre de 1762, hay una descripción del tamaño del ingenio y de todas sus dependencias. Este documento consigna que el ingenio Santa Ana tenía nueve caballerías de tierra lo que correspondería a unos 13,700 m2; una iglesia de cal y canto con todos los ornamentos necesarios para el culto, así como una casa de vivienda, trapiche o casa de ingenio, casa de calderas, casa de purga, todas de cal y canto cobijadas de yaguas y tablitas.
En un inventario extrajudicial que se realizó en 1795 también consta que la hacienda tenía 21 canoas, 35 bestias (mulares y caballares), 48 esclavos de ambos sexos, y todos los demás aperos, herramientas, otros adherentes precisos de su cultivo y servicio de ingenio. Resulta de gran interés el inventario del mobiliario de la mansión ya que ayuda a comprender la forma de vida en esa época. Ahí se puede observar que el mobiliario básico de la casa consistía en: cuatro catres, dos de armadura; tres sillas de brazos; doce sillas de paja; tres tures; una mesa grande de armadura; cuatro mesas; una mesita pequeña; y una cocina con sus anafes y horno y tres divisiones y sus contracimientos.
También dice que había un bohío de mayordomo; un gallinero; un horno de quemar hormas de barro; un horno de cal; casa de herrería de cal y canto; una casa de cal y canto que servía de aguardentería con dos alambiques, uno grande con su cabezote y culebra; tres corrales para ovejas, vacas y mulas. De gran interés resulta la lista de equipos que tenía la casa de ingenio, pues esto ayuda a comprender su funcionamiento.
Tanto el palacete como la capilla de la Hacienda Santa Ana en Engombe sufrieron serios daños durante el ciclón de San Zenón en 1930 y posteriormente durante el terremoto de 1946, el cual provocó el derrumbe de partes de muros y de los arcos de las galerías En 1961, la hacienda, pasó a manos de la Universidad de Santo Domingo quienes en 1963 emprendieron la restauración de las ruinas bajo la dirección del ingeniero José Ramón Báez López-Penha, pionero de la restauración de monumentos en la República Dominicana Apoyándose en fotografías de antes del terremoto, Báez López-Penha reintegró parte de las ruinas, incluyendo los arcos de la galería, por medio de anastilosis y las lagunas que quedaron fueron completadas con ladrillos para que se notara las partes agregadas, no originales.
En la actualidad las ruinas forman parte de un parque histórico natural donde se han agregado área de picnic, senderos a orillas del río y una ciclovía dentro del área arbolada. Todo esto le ha dado mucha vida al lugar, ante todo los fines de semana.
En el conjunto histórico de la Hacienda de Santa Ana es necesario realizar unas investigaciones arqueológicas en toda el área para localizar todas las dependencias con que ha contado a través del tiempo y obtener mas información sobre la forma de vida a través de mas de tres siglos de producción. También es urgente consolidar algunas partes de las ruinas que corren el riesgo de colapsar.
Centro estudios caribeños. PUCMM. Este artículo forma parte de las investigaciones realizadas en el proyecto “Connected Worlds: The Caribbean, Origin of Modern World”, dirigido por Consuelo Naranjo Orovio desde el Instituto de Historia-CSIC, España y financiado por la Unión Europea, Horizonte 2020, código Nº 823846.