La inauguración del establecimiento es un esfuerzo para mantener viva su memoria

En el mismo momento que Cristóforo Columbus, más conocido como Colón, llegaba a estas islas caribeñas, los reinos de Italia luchaban entre sí guiados por aquella barbarie descripta por el joven Niccolo Machiavelli en su obra “Il Principe” impreso con la autorización del papa Clemente Vll. Aunque “El Príncipe” es un tratado político y filosófico aplicado a aquella época renacentista y un estudio psicológico a la maldad humana, solo se quedó esta última “interpretación” como “maquiavélico” equivalente a diabólico, cruel y maldito. Quizás fue ésta la que influenció a nuestros gobernantes y ministros culturales para mondonguizar nuestro quehacer cultural.

Lo que conocemos como Italia era un conjunto de reinos independientes. El Reino de las dos Sicilias, la punta de la bota, tenía a Nápoles y Palermo como capital. El Estado de la Iglesia con Roma, el de Venetto con Venecia, etc. Se destacaba, entre todos, el Reino de Toscana con Florencia de capital y con la familia Médici a su mando y protagonista del Renacimiento. En esa Florencia, floreciente, aparecieron Sandro Boticcelli, Cranach el Viejo, Da Vinci, Michelangelo, como artistas con total apoyo de ellos. Michelangelo iría a Roma luego, por acuerdo con los Borgia y del papa Sixto lV, por quien se bautizó la famosa Capilla Sixtina.

Decenas de pintores, arquitectos, escultores, escritores pudieron realizar su gran trabajo y hacer de Florencia el reino más próspero y brillante. Todo por el “simple” hecho del ARTE y la cultura y el desarrollo del pensamiento.

Cuando Girolamo Savonarola se rebeló contra Roma y expulsó a los Médici, se detuvo la rueda de la Historia y se impuso el fanatismo ciego, la sinrazón, la barbarie y la pobreza.

Siglos después, esas mismas características diferencian los pueblos. Aquellos donde el arte, la literatura, la valorización del folclor e identidades son atendidas por sus gobernantes, se acercan más a la civilización humana, son pueblos más felices, armónicos y de mucho más alto nivel de progreso y paz.

Los inicios del siglo XX es el umbral del paso de la barbarie a una modernidad y civilización desconocida en nuestro país. No cabe duda que Don Horacio, en 1924, es parte de ese umbral que se oscureció luego por mucho más de 30 años.

Con muy pocos estudios, “…compadre de los compadres” como dijera nuestro Tomás Hernández Franco, pero con una determinación de que su país cambiara, Felipe Horacio Vásquez Lajara hizo avanzar el país hacia cambios necesarios (a pesar de la aun presencia de extranjeros en las aduanas) con más énfasis en lo político-económico que en las Bellas Artes.

Su batallar contra Ulises Hereaux, contra Juan Isidro Jimenes y con su primo Mon, demuestra esa determinación de implementar un nuevo orden, un cambio.

Aquí, en Tamboril, nos sentimos orgullosos y los hemos hecho nuestro, tanto a él como a su esposa, María de los Ángeles Trinidad de Moya, que todo el país conoce, cariñosamente, como doña Trina.
Su casa, este museo que hoy se inaugura, es un gran esfuerzo para mantener viva su memoria, no podía ser obra, más que de nosotros los tamborileños, en los que incluyo a Don José Rafael Abinader, su hijo, el hoy Presidente, en su primer mandato, de Raquel Peña y de otros destacados cibaeños, que, obligatoriamente, debo mencionar: al Ingeniero Manuel Estrella y su equipo (ingenieros Peralta, Alix, Víctor Polanco, arq. Leticia y al ebanista Valenzuela). Al historiador don Eduardo Michel y la fundación mocana, a Samuel Pereyra del Banreservas, al director de Museos Carlos Andújar y su equipo de museógrafos (Fernando, Maria-Belisa…)

Y muchos se preguntarán ¿y cómo es que esa vaina no se hizo antes? No hay que ser florentino para entenderlo: Don Horacio murió en el 36 y Doña Trina en el 41. Toñita, su hija, esposa del Dr. Felipe Durán se fueron y desde el Estado no se le dio la importancia patrimonial debida. Hay que entender la parte política de todo eso, es decir la amenaza que era el horacismo en la Era de Trujillo y la continuación, por tanto, un símbolo así, como esta casa, no había que destacar, no había que rescatarla de la carcoma y el abandono.

Hemos tenido que esperar hasta hoy para ver este museo y para ver pronto otros: el que se abrirá en el Hotel Mercedes con la colección de pinturas de Miguel Cocco de Aduanas y el del correo en la calle San Luis esquina Del Sol en Santiago.

Hemos tenido que soportar el mondonguerismo cultural, el caciquismo de poetas y artistas autoproclamados, sin formación y sin amor a sus pueblos, motivados por el chequecito y el don de mando de Don Mundito.

La modernidad, la civilidad, saltan a los ojos cuando un país no solo alimenta la panza, sino que enriquece el espíritu. Este se embellece y alegra con el arte y no con doctrinas savonarolianas, con un transporte efectivo y colectivo; con el cuidado a la naturaleza, con el uso de la bicicleta, con el freno a los corruptos.
En nombre de Tamboril, sus hombres, mujeres y otros de orientación sexual diferente; trabajadores, ciudadanos honestos, su juventud, tabaqueros, estudiantes y profesores, creyentes y no creyentes, cultos y sebos, le damos la gracia al Presidente Abinader y su equipo por esta obra.

Agradezco, también, que me hayan tomado en cuenta, desde mi militancia por mí país y el arte, para dirigirlo.

Opinión
Su batallar contra Ulises Hereaux, contra Juan Isidro Jimenes y contra su primo Mon, demuestra esa determinación de implementar un nuevo orden, un cambio”.

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