El “Ejército de Liberación Dominicano” contaba en apariencia con todo lo necesario para llevar a cabo una expedición militar exitosa, una invasión en regla por aire, mar y tierra. Contaba con suficientes recursos económicos, con barcos y aviones y una emisora de radio, contaba con buenas armas y equipos, con ametralladoras pesadas y bazucas, morteros y granadas, contaba con fusiles y armas cortas y abundantes pertrechos. Contaba, sobre todo, con hombres supuestamente bien adiestrados, motivados y decididos a combatir, con el respaldo y simpatía de varios gobernantes y gobiernos, empezando por el gobierno cubano. Además contaba hasta cierto punto con una base de apoyo, una especie de resistencia, en el interior del país.

Aunque parezca asombroso, los expedicionarios llegaron a disponer de cuatro embarcaciones de transporte y desembarco, dos lanchas torpederas y una goleta dominicana que le robaron a Trujillo, la goleta Angelita, una goleta espía que merodeaba por las cercanías de las aguas cubanas y fue capturada.
Disponían además de ocho bombarderos B-25, seis Lockheed tipo P-38, un B-24 Liberator; dos Vega Ventura, dos bombarderos Mitchell B-25 y un C-46A de transporte, dos Cessna C-78, dos C-47 y dos Vultee BT-13.

En cuanto a municiones y pertrechos disponían de unos tres mil fusiles argentinos y mil quinientos Springfields, más de cuatro millones de balas, cincuenta ametralladoras argentinas, más de doscientos subametralladoras Thompson y una generosa cantidad de pistolas automáticas Colt 45 y casi un millón de cartuchos. Disponían también de quince bazucas y trescientos proyectiles, bombas de fragmentación y bombas de profundidad, dos mil libras de dinamita, dos mil granadas de mano, tres morteros, tres cañones antitanques, ocho jeeps, doscientos paracaídas…

Con ese equipo, el “Ejército de Liberación Dominicano” hubiera debido enfrentar al numeroso y bien apertrechado Ejército de la bestia que tenía casi un centenar de modernas aeronaves, entre las que se contaban cincuenta aviones de caza, bombardeo y combate, y que además tenía pilotos bien entrenados.
Aún así, los más optimistas aseguraban que la bestia no resistiría por mucho tiempo a la fuerza expedicionaria del “Ejército de liberación dominicano”, que “una guerra relámpago de cien horas hubiera destruido a Trujillo”. (1)

Sin embargo, con lo que no contaba el Ejército expedicionario era con una buena organización ni una buena disciplina ni el adecuado material humano en algunos casos. No todos los integrantes del pequeño Ejército reunían los mínimos requisitos que la empresa requería. Junto a los grandes ideales libertarios pululaban fuerzas oscuras, intereses malsanos. Patriotas de corazón y crápulas con propósitos inconfesables se entrenaban juntos. Como diría en alguna ocasión Juancito Rodríguez, gran parte del fracaso se debió a que el Ejército expedicionario estaba compuesto por un alto porcentaje de lunáticos y muy pocos idealistas.

De hecho, la presencia de elementos antisociales en las filas de los expedicionarios dejaba mucho que desear, constituía un problema y era en algunos casos peor de lo que Juancito Rodríguez describía.

Fidel Castro diría en una ocasión que todo había estado muy mal organizado, que fue una de las cosas peor organizadas que había visto en su vida, que durante el reclutamiento recogieron todo tipo de gente por las calles de La Habana sin atender a condiciones de cultura, ni a condiciones políticas ni a conocimientos, que lo que se hizo fue organizar a toda velocidad un Ejército artificial de más de mil doscientos hombres. Fidel asegura que había gente buena, que había muchos dominicanos buenos y cubanos que sentían la causa dominicana, pero que también se incorporaron lúmpenes, indeseables, gente que se vendía al mejor postor.

Lo cierto es que el reclutamiento se hacía un poco a la ligera, en forma pública, imprudente, casi como quien dice desvergonzada, como si se quisiera que todos se enteraran. El único requisito que había que llenar era un formulario y no eran pocos los delincuentes que lo llenaban.

Tulio H. Arvelo, uno de los más connotados protagonistas de aquella época, dejó en un libro memorable un inspirado testimonio de aquel frustrado capítulo de nuestra historia. El libro en cuestión, “Cayo Confite y Luperón. Memorias de un expedicionario” (1981), describe entre otras cosas con singular intensidad el malestar que a su llegada se reflejaba entre los hombres del campamento guerrillero, la vigilancia a que estaban sometidos, los problemas que surgían, precisamente, a causa del relajamiento de la disciplina y el comportamiento díscolo de algunos expedicionarios, el ambiente de derrota, la hostilidad entre diferentes grupos y hasta la urdimbre de un complot para matar a Juan Bosch:

“En el cayo reinaba una atmósfera de fracaso. Muchos tenían ya un mes allí cuando llegué y no había ningún indicio de que la expedición saldría hacia Santo Domingo. Ni siquiera había algún signo que remotamente indicara tal posibilidad. Los acontecimientos iban a revelar después que en realidad estábamos confinados en aquel islote estrictamente bajo vigilancia y control. Los aviones de la Embajada de los Estados Unidos de Norteamérica que lo sobrevolaban diariamente eran una evidencia de ello.

“Se constituyeron una serie de partidos políticos y de agrupaciones revolucionarias de todo tipo.
“Habían (sic) varios focos de liderato en aquel ambiente tenso y hostil hasta el extremo de que en alguna ocasión el batallón de Eufemio Fernández y el de Masferrer se pusieron en zafarrancho de combate. De llegar a los hechos aquello habría sido una carnicería porque hubiera sido difícil escapar ileso de una acción de ese tipo.

“Un complot para asesinar a Bosch”

“Un joven cubano de apodo ‘Cascarita’ fue arrestado por una falta a la disciplina y a otro a quien llamaban ‘Mejoral’ se le había encomendado su custodia. Durante el arresto tuvieron un altercado y cuando el preso fue puesto en libertad y le entregaron su rifle, le disparó a su antiguo carcelero casi a quemarropa y le destrozó el vientre con una bala explosiva. Fue un espectáculo deprimente que contribuyó a agravar la situación sicológica de la gente.

“Como no se tenían noticias ciertas de la partida hacia Santo Domingo, surgían los más extraños rumores que pronto se disipaban para volver a renacer cada vez más alarmantes. Durante la noche los disparos eran frecuentes. Se disparaba sin ninguna razón válida, por lo que había que dormir con grandes precauciones.

Un día fuimos Pedro y yo a saludar a Juan Bosch, que ocupaba una especie de enramada en un extremo del cayo y lo encontramos acostado en una hamaca con una pistola al alcance de la mano debido a los rumores de un complot para asesinarlo. Bosch utilizó como medio de contrarrestarlos una frase que circuló profusamente. Dijo: “Me podrán matar en el cayo, pero yo soy un muerto muy hediondo”. Quien sabe en qué medida esto detuvo las intenciones que efectivamente parecía que abrigaba alguien.

“Si esta expedición hubiera llegado a Santo Domingo en sus comienzos, o sea, dos meses antes, es posible que el elemento sorpresa, sumado la combatividad de los expedicionarios, hubiera creado una situación muy difícil para el régimen de Trujillo. Sin embargo, parece que nunca estuvo en las intenciones de algunos de sus organizadores cubanos el llevarla a Santo Domingo”. (2) l

(Historia criminal del trujillato [110])

Notas:
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”, págs. 67-70.
Tulio H. Arvelo, “Cayo Confite y Luperón. Memorias de un expedicionario”, p. 68.

Bibliografía:
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Dr. Jorge Renato Ibarra Guitart. Instituto de Historia de Cuba, “La expedición de Cayo Confites, Su escenario hemisferico”
(https://www.institutomora.edu.mx/amec/XVIII_Congreso/JORGE%20RENATO.pdf)Robert D.

Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites
Bernardo Vega*
https://catalogo.academiadominicanahistoria.org.do/opac-tmpl/files/ppcodice/Clio-2020-200-033-049.pdf
Expedición de Cayo Confites
(https://www.ecured.cu/

Expedici%C3%B3n_de_Cayo_Confites)
Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón . Memorias de un expedicionario”.
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”

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