En aquel islote devastado por el fuego amanecieron los frustrados expedicionarios aquel día memorable del 21 de septiembre de 1947. Uno de los tantos días memorables o inmemorables de Cayo Confites. Lo que tenían a su alrededor era un paisaje surrealista en el que todavía humeaban algunas brasas y yerbajos. A todos los embargaba un sentimiento de derrota y una rabia impotente entre pecho y espaldas.

Temprano, en la madrugada, el Estado Mayor tomó la decisión de redactar una orden que se entregaría personalmente de alguna manera a los desobedientes capitanes de los barcos. Lo malo es que carecían de un medio de transporte, no tenían ni un bote, ni siquiera un miserable bote. Sin embargo, por increíble que parezca, hubo quienes se ofrecieron de voluntarios para llevar la orden a nado. Apareció gente tan valiente o tan aburrida de la vida que estaba dispuesta a echarse al agua, a sortear los peligros de aquellas aguas plagadas de tiburones con tal de entregar la orden.

Por fortuna, allí estaba Pichirilo, Pichirilo Mejía, que aparte de valiente era inteligente. A Pichirilo se le ocurrió la idea tan elemental como brillante de usar, a manera de bote, uno de esos tanques mal lavados que originalmente se empleaban para almacenar petróleo y que en el campamento servían para almacenar el agua más o menos potable con sabor a rayos que bebían los expedicionarios. El mismo Pichirilo abordó el tanque y valiéndose de un remo improvisado o remando con las manos logró llegar no sin esfuerzo al buque Aurora, comandado por Virgilio Mainardi Reyna, uno de los tres hermanos Mainardi Reyna que formaban parte del ejército libertador.

Regresó al día siguiente, en un bote de remos y no en el tanque, pero con una noticia desalentadora. El comandante del buque Aurora se negaba a acatar las órdenes del Estado Mayor, alegando que tenía otras órdenes de Juancito Rodríguez, del comandante en jefe, órdenes de permanecer en su lugar hasta el momento de su regreso.

Así las cosas, Masferrer ordenó a Horacio Rodríguez (hijo de Juancito y jefe de despacho y mano derecha), que fuera en el bote que había traído Pichirilo a convencer a los testarudos comandantes de la perentoria necesidad de contravenir las órdenes del comandante en jefe, las órdenes de su padre, y acatar las de su estado mayor, convencerlos de la urgente necesidad de abandonar el cayo. Horacio logró persuadir al comandante del Fantasma y se supone que también al de la goleta Angelita, pero no al del Aurora. El Fantasma comenzó entonces a acercarse a la playa y el Aurora empezó a alejarse. Masferrer se había crecido y se había ensorberbecido en grado extremo y de inmediato se le metió en la cabeza que Horacio Rodríguez se había confabulado con Virgilio Mainardi, que lo había traicionado y que había que fusilarlo, provisionalmente, por lo menos fusilarlo. Ordenó entonces a sus matones que arrestaran a Horacio en cuanto desembarcara y lo que se produjo fue un incidente que pudo haber tenido terribles consecuencias. Horacio sacó su pistola y alguien le disparó una ráfaga que por pura suerte no dio en el blanco. Enseguida Horacio fue maniatado, atropellado, desconsiderado, encañonado y llevado en brazos por la fuerza al buque Fantasma. Hay que imaginar, por supuesto, lo que tal espectáculo de arbitrariedad produciría en el ánimo de los dominicanos, sobre todo, y en el de muchos otros cubanos. Esa vez la sangre estuvo más cerca que nunca de llegar al río, y el río iba ser bien caudaloso. Las relaciones entre los diferentes grupos de expedicionarios nunca habían sido buenas y la caldera de odios estaba a punto de estallar. Fue uno de los más difíciles y peligrosos incidentes que ocurrieron en Cayo Confites o que estuvieron a punto de ocurrir.

Dice Juan Bosch que «Vimos que iba a desatarse una guerra entre dominicanos y cubanos, lo cual hubiera sucedido sin ninguna duda en caso de que hubiera muerto José Horacio Rodríguez, no porque era el hijo de don Juan sino porque era un hombre de muchas condiciones buenas y muy valiente según lo demostró en esa ocasión […] Como los cubanos eran más que los dominicanos, nuestro destino era morir en ese cayo y después que nos mataran nos deshonrarían para poder explicar por qué nos habían muerto, pero afortunadamente la cosa no pasó de un largo momento de tensión que de milagro no desembocó en una matanza». (1)

El asunto se resolvió, pues, de alguna manera y entonces se procedió a enviar en el buque Fantasma a un grupo de hombres bien armados a perseguir al Aurora. Pocas horas después le darían alcance. A punta de ametralladoras, obligarían a su capitán a regresar con la nave al cayo, al incendiado Cayo Confites.
Los expedicionarios recuperaron su entusiasmo y empezaron frenéticamente a embarcarse en horas de la tarde, y al llegar la noche estaban listos para zarpar y zarparon con el buque Aurora a la cabeza, la goleta Angelita al centro y el llamado Fantasma en la cola.

En cambio el Berta brillaba por su ausencia. Unos días antes —como dijo en su relato Tulio H. Arvelo—, miembros de la Marina de Guerra cubana habían capturado el buque, el navío que viajaba entre el cayo y tierra firme para aprovisionar a los expedicionarios y que en una ocasión los había salvado del hambre y la sed. En él se encontraban, además de Tulio H. Arvelo, un pequeño grupo de hombres que fueron los primeros en ir a dar a la cárcel. La misma cárcel a donde irían a parar en los días siguientes una parte de los mil y tantos miembros del ejército de liberación que ahora se preparaban para zarpar, para emprender un azaroso viaje, tan azaroso como la estadía en el cayo, un viaje de pesadilla que los conduciría al fracaso. De fracaso en fracaso.

(Historia criminal del trujillato [118])

Notas:
Citado por Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”, p. 285

Bibliografía:
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”
Robert D. Crassweller, “The life and times of a caribbean dictator.
Dr. Jorge Renato Ibarra Guitart. Instituto de Historia de Cuba, “La expedición de Cayo Confites, Su escenario hemisferico”
(https://www.institutomora.edu.mx/amec/XVIII_Congreso/JORGE%20RENATO.pdf)Robert D.
Los servicios de inteligencia de Trujillo y Cayo Confites
Bernardo Vega (https://catalogo.academiadominicanahistoria.org.do/opac-tmpl/files/ppcodice/Clio-2020-200-033-049.pdf)
Expedición de Cayo Confites
(https://www.ecured.cu/Expedici%C3%B3n_de_Cayo_Confites)
Tulio H. Arvelo, “Cayo Confites y Luperón . Memorias de un expedicionario”.
Humberto Vázquez García, “La expedición de Cayo Confites”

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