En el cine cada héroe vaquero tenía un caballo que casi hablaba y escribía

Gracias a la fotografía y al cine, la humanidad ha conocido caballos famosos tanto en el arte como en el deporte.

En el cine cada héroe vaquero tenía uno que casi hablaba y escribía.

Muybridge, cuando se llamaba Muggeridge, se cansó del ambiente sombrío, cenizo y lluvioso de Londres, quizás porque, ya joven, sabía que iba a batallar con las luces en una profesión que nacía casi junto con él en el 1830.

En su desembarco en San Francisco, con 22 años, se vio rodeado del mismo ambiente de cualquier película de vaqueros. Él, en vez de irse al “Saloon” a ajumarse y sacar cartas de la manga, puso una librería que además vendía postales litográficas y algunas veces fotos de los daguerrotipos de William Shew o del Studio R.H. Vance, que le quedaba al lado.

La Química, para el revelado, y la cámara fueron las herramientas que lo convirtieron más que en fotógrafo, en filósofo. Sus pasos tenían el sigilo de una pantera al acecho. Él se agachaba detrás del cajón de su cámara, presto a saltar, seguro de que atraparía al Tiempo, su obsesión, como la de sus antiquísimos ancestros que solo dejaron el círculo de Stonehenge, construido con los mismos propósitos, como prueba.

Cuando probó “el vuelo del caballo” llegó a la misma conclusión que Einstein y Hawkins: el instante mismo que pasa de presente a futuro crea un momentum espacial inamovible como el del caballo que no se apoya en sus pezuñas y como si diera igual correr hacia delante o hacia atrás. Con ello demostraba, además, que el presente no existe, más que en ese “momentum espacial” de fracciones de segundo. Todo es pasado y todo es futuro. Ese caballo que galopa infinitamente en una rueda cíclica y que no somos capaces de descifrar por el uso del 10 por ciento del cerebro, es su mayor aporte, sin saberlo, a la Física.

Cuando regresó a Londres comprobó que era exactamente un viaje en el tiempo. A partir de ese momento acumuló recuerdos sucesivos recientes que varios días más tarde consideraba como esas continuas visitas al ayer, al tiempo que eterniza. Se convirtió, sin decírselo a nadie, en el Gran Señor del Tiempo y con su cámara hizo una apología del instante. Es ese instante que le interesa, esa fracción de las tantas secuencias que captó.

El tiempo no era más que la suma de instantes, los que producen la vida. La vida que se mueve, sea en forma de caballo, gato, chivo, avestruz, elefante…

Edward o Eadweard, declaró, convencido: “…solo la fotografía ha podido dividir la vida humana en una serie de momentos en que cada uno de ellos tiene el valor de la existencia total.”

Se instaló en Palo Alto, al sur de San Francisco y mucho antes de Los Ángeles, por el 1866 cuando volvió a California, rodeado de vaqueros y una creciente modernidad que le dio paso al Central Pacific Railroad, o el ferrocarril de Leland Stanford, que arrasó con el último vestigio de los autóctonos cuando le mataron los búfalos para que se murieran de hambre. Les dieron aguardiente y muchos rifles para que se envenenaran y se mataran entre ellos, como lo habían hecho ellos mismos en una guerra desatada por el desconocimiento y desacato de las declaraciones del presidente Lincoln en Gettysburg.

Para 1877 gobernaba Buenaventura Báez en su tercer periodo, cosa que Muybridge nunca supo, porque estaba ocupado en retratar su famoso caballo al galope y trataba de olvidar el plomazo que le dio, hacía tres años, a Harry Larkyns, un periodista que se acostaba con Flora Stone, su mujer, cuando él viajaba en el tren junto al que fuese fundador de la Stanford University. Dos palabras, little Harry, que él leyó en una carta que Flora pensaba enviar a su amante, irrumpieron en la racionalidad de su cerebro, rompiéndola. “No desearás la mujer de tu prójimo”.

Fue descargado, quizás por el juez Bean, aquel viejo soldado vagabundo y desquiciado, como todos los que vuelven de la guerra, que se convirtió en Tribunal, el más arbitrario que conoció el Viejo Oeste, sin saber de letras y menos de leyes.

Del 1878 son su “panorama de San Francisco” y “Sally Gardner at a gallop”.(https://es.wikipedia.org/wiki/Eadweard_Muybridge#/media/Archivo:Muybridge_race_horse_animated.gif)
Para el 80 retrató la secuencia de un eclipse de Sol y en el 81 “man running”.

La calidad, por el contraste y la composición, de sus fotografías son comparables a las de los grandes pioneros como Stieglitz o Ansel Adams.

En su “Flying Studio” y bajo el nombre artístico de Helios, nació la primera imagen móvil que le dio impulso al cine, lo que fue desarrollado por el cinematógrafo de los hermanos Auguste y Louis Lumière en Francia mientras que Thomas Edison intentaba perfeccionar su kinetoscopio. Paralelamente, en Francia, Etienne Marey le seguía los pasos al curso del movimiento de la imagen, la que retrató, una tras otra, pero en una misma lámina fotográfica.

Coincidió tanto con Muybridge, a miles de kilómetros, que de él surge la influencia para el cine de los hermanos mencionados. Y coincidieron tanto, en el tiempo, que tanto Muybridge como Marey nacieron y murieron el mismo año, 1830 y 1904.

Tanto la cámara fotográfica como las rudimentarias que filmaron el movimiento de las sombras para entender el enigma del tiempo, fue Eadweard Muybridge quien sigue dando vueltas y vueltas en un baile que no termina nunca.

https://es.wikipedia.org/wiki/Eadweard_Muybridge#/media/Archivo:Phenakistoscope_3g07690b.gif
Muchísimos años, después de miles de películas y olvidado, vino su recuerdo en la famosa portada del 10 de junio de 1966 en una secuencia que le hizo el artista Gerald Gooch, en la revista Time, al picheo de Juan Marichal cuando era un Gigante de San Francisco.

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