¿Qué convierte a un niño en prodigio?
¿Qué convierte a un niño en prodigio?

Según el relato científico, es posible que con el entorno adecuado la mayoría de las personas sean prodigios. Aun así, las características psiconeurológicas, de su entorno sociocultural y de su personalidad pueden llevar a la aparición de problemas en la esfera personal, social y académica de los superdotados

Con tan solo 4 años Laurent Simons ingresó a la escuela primaria y se graduó a los 6. Sus padres creyeron que se tomaría su tiempo en la escuela secundaria debido a la cantidad de materias, pero la completó en tan solo año y medio.

Más rápido que la primaria. Recientemente, el niño belga de 11 años fue noticia por conseguir una proeza imposible: terminar un grado de Física, una de las carreras universitarias más difíciles, en sólo nueve meses; y no de cualquier manera, sino que lo hizo con una nota promedio de nueve sobre diez, además de conseguir un diploma Cum Laude.

Pero, ¿qué explica los prodigios? ¿Cómo puede una persona lograr tanto en tan poco tiempo? Los psicólogos han debatido durante mucho tiempo esta cuestión. Según un relato, es posible que la mayoría de las personas sean prodigios, con el entorno adecuado. Como argumentó el difunto psicólogo Michael Howe, “con suficiente energía y dedicación por parte de los padres, es posible que no sea tan difícil producir un niño prodigio”.

La oportunidad extraordinaria es de hecho un tema que recorre las biografías de muchos prodigios. El padre de Wolfgang Amadeus Mozart, el niño prodigio de la música clásica, Leopold, era un profesor de música muy solicitado y abandonó su propia y prometedora carrera como músico para dirigir la carrera de su hijo.

Más recientemente, a Tiger Woods su padre lo introdujo al golf a los 2 años. Y cuando Venus y Serena Williams eran niñas, se mudaron con su familia de California a Florida para poder entrenar en una academia de tenis de élite.

Sin embargo, investigaciones recientes indican que las habilidades cognitivas básicas que se sabe que están influenciadas por factores genéticos también juegan un papel en el logro prodigioso.

“Se define a los niños y adolescentes con altas capacidades o superdotados, como aquellos que muestran una elevada capacidad de rendimiento en las áreas intelectual, creativa y/o artística. 

Las características psiconeurológicas, de su entorno sociocultural y de su personalidad, pueden llevar a la aparición de problemas en la esfera personal, social y académica.

Por eso, la temprana identificación es clave, pues permite aplicar de forma precoz medidas psicoeducativas”, reza el estudio Niños con altas capacidades intelectuales. Signos de alarma, perfil neuropsicológico y sus dificultades académicas publicado en la revista Anales de Pediatría Continuada.

La mayoría de los autores reconoce que un 3% de la población posee una alta capacidad cognitiva, pero al no existir un corte real entre superdotados y no superdotados otros autores la sitúan entre el 1 y el 15%. 

Al igual que otras características excepcionales, la superdotación plantea importantes exigencias sobre los recursos familiares y comunitarios. Conlleva riesgos de estrés psicosocial, aislamiento e incumplimiento de posibles logros, ya que requieren servicios y actividades que comúnmente no brindan las escuelas.

“Los niños con altas capacidades intelectuales a menudo presentan un desfasaje con sus aspectos emocionales. Muchas veces se los mide en términos estrictamente intelectuales y luego los profesionales de la salud nos encontramos con niños con grandes fragilidades afectivas que en muchas ocasiones denotan un enorme sufrimiento”, explicó un diálogo la psicoanalista especialista en niños y adolescentes, Nora Koremblit de Vinacur, ex secretaria del Departamento de Niños de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y coautora del libro Parentalidades.

 

Los prodigios se caracterizan por sus niveles excepcionales de memoria de trabajo, atención al detalle y talento en un dominio específico. 

Desafortunadamente, existen muchos conceptos erróneos sobre el talento. No existe el talento “innato”. Nadie nace con rasgos completamente desarrollados. Las personas difieren en su base genética, pero todos los talentos deben desarrollarse a través de una interacción intrincada y dinámica de habilidad, motivación, práctica y apoyo.

Sin embargo, se puede pensar en los genes como dispositivos de aprendizaje que nos predisponen a adquirir cierta información en el entorno e ignorar otros aspectos de nuestro mundo. 

Vistos de esta manera, los genes son buscadores de conocimiento fundamentalmente activos mientras intentan encontrar el que mejor se adapte a su genoma. Por tanto, los genes ejercen su influencia en el desarrollo del talento a través de su control de motivaciones, preferencias y respuestas emocionales.

Con el tiempo, las personas acumularán experiencias que darán como resultado la práctica de habilidades, hábitos y patrones de respuesta que refuerzan los impulsos en un ciclo continuo que se refuerza mutuamente. Estos impulsos se aplican a todas las áreas de las diferencias individuales, incluidas las motivaciones, los intereses, la personalidad, la actitud, los valores y los rasgos extravagantes únicos de cada individuo.

Por lo tanto, es posible que los prodigios nazcan con variantes genéticas que se relacionan con varias tendencias, incluido un enfoque de atención en los detalles y un cableado de red cerebral que respalda una codificación mejorada de nuevos recuerdos.

Esto podría explicar por qué los prodigios con frecuencia informan que se sintieron atraídos desde el principio por los dominios que se ocupan de los sistemas, por qué muchos también muestran, incluso en la infancia, una capacidad mejorada para mantener representaciones mentales.

Sus actuaciones son difíciles de explicar desde una perspectiva de práctica puramente deliberada. Si bien es cierto que muchos prodigios reciben apoyo, recursos y aliento de padres y entrenadores desde el principio, ese apoyo suele ser el resultado de una demostrada “rabia por aprender”, una de las ideas más importantes en el estudio del talento y la superdotación.

El término fue acuñado por la prestigiosa psicóloga y profesora del Boston College Ellen Winner en su libro Niños superdotados: mitos y realidades. Winner describe la motivación intrínseca de los niños superdotados y talentosos para dominar un área de interés como obsesiva, lo que lleva al niño a concentrarse intensamente en ese tema y consumir vorazmente nueva información y habilidades. Un niño con la “rabia de aprender” puede pasar felizmente días enteros enfocándose en su dominio elegido.

“Puede parecer beneficioso permitir y favorecer el despliegue de las capacidades y habilidades de estos niños, aun si esto implica encuadrarlos en una educación formal diferenciada de sus congéneres.

Pero este tipo de movimientos deben darse en consonancia con los deseos y necesidades del propio niño. Muchas veces se aprecia que son los padres o cuidadores los que asumen un lugar sumamente exigente, lo cual ejerce presión sobre el niño, sin permitirle desplegar sus necesidades a su propio ritmo.

Dado que la ‘inteligencia’ representa un valor social que se presta a la idealización, el tener un hijo ‘superdotado’ muchas veces ejerce una fascinación en los padres que les obstaculiza el ver que siguen tratando con un niño que necesita relacionarse con pares y hacer cosas de niños”, sostuvo consultado por este medio Maximiliano Martínez Donaire, psicoanalista y miembro de la APA.

Para el experto, el peso del término “superdotado” suele ser “más una carga que un estímulo para el sujeto”, fundamentalmente cuando desde allí se desprenden todo tipo de expectativas y exigencias que les impiden ser “uno más” entre sus pares.

“En este sentido también, se observa que muchos sujetos que fueron considerados ‘superdotados’ en su infancia, luego en su vida adulta, no llevan a cabo ninguna tarea extraordinaria ni tampoco se destacan en su desenvolvimiento social y laboral por sus capacidades intelectuales. 

Hay que acompañar a los niños, según sus capacidades, talentos, necesidades. Es bueno favorecer su desarrollo; por el contrario, no resulta facilitador para el desarrollo integral de un niño verse exigido, ser considerado extraordinario o ser desterrado de su niñez bajo la premisa de ser ‘especial’. No importan sus facultades, estos niños siguen siendo niños”, aseveró.

Los niños superdotados se sienten “diferentes”, pueden creer que nadie de su edad piensa como ellos o sobre las cosas que a ellos le interesan, y desean ser como los demás, por ello en ocasiones ocultan su talento en clase para evitar celos, envidias y competencia, con la finalidad de ganar amigos y ser aceptados en el grupo.

Experimentan emociones fuertes, reaccionando a situaciones que pasan inadvertidas para otros.

Por ejemplo, un niño de 8 o 9 años puede estar triste por la pobreza en el mundo, lo cual resulta extraño para otros niños, maestros y padres, y pueden sentirse rechazados. Parte de esta aparente sensibilidad es el producto de un desarrollo asincrónico, es decir, ideas y conceptos adelantados a emociones propias a su edad.

En el niño superdotado, el perfeccionismo puede ser extenuante, en particular, por el miedo al fracaso ante objetivos elevados. Por ello, suelen evitar tomar decisiones importantes para no correr riesgos.

Por estas características de la personalidad, sensibilidad y perfeccionismo, estos niños tienen riesgo de aislamiento social, negación a tareas escolares, rebeldía y acoso escolar. 

Al no comprenderse su conducta infantil con una capacidad de razonamiento tan elevado, puede aparecer un desequilibrio y falta de sintonía con sus iguales. Como consecuencia pueden presentar estrés emocional, tristeza y depresión. Su perfeccionismo puede llevarle a una excesiva autocrítica y falta de confianza en sí mismo.

Según los especialistas, entre las problemáticas más habituales que surgen en la práctica clínica con estos pacientes, se encuentran: las expectativas de satisfacer el propio narcisismo por parte de los padres, la fenomenal exigencia de un entorno que les ofrece poco espacio mental para tener vida, fantasías y expectativas de “niño” y en muchos casos, francas patologías graves, en que se ven privilegiados algunos aspectos cognitivos focalizados, dejando por fuera aspectos centrales de la vida emocional, vinculada en especial, con el lazo social.

“No es extraño encontrar que los así llamados ‘niños superdotados’ tienen una singular dificultad de desplegar habilidades sociales -si bien no es así en todos los casos- y un ‘sentimiento de sí’, que en términos vulgares, se puede definir como soberbia: algo así como sentirse mejor que el resto.

Esto no contribuye a hacer lazo con otros y normalmente permanecen en una constante frustración en relación con las satisfacciones pobres o nulas, que del vínculo con los otros obtienen”, explicó el psicólogo Jorge Catelli (MN 19868), miembro de la misma asociación.

Y concluyó: “El mundo interno de quienes se ven extremadamente exigidos bajo esta égida, es de enorme sufrimiento. Suele ocurrir que se encuentran presionados por un ideal aplastante, al que no logran nunca alcanzar ni satisfacer, así como una mirada -real o fantaseada- de un otro que espera demasiado de ellos y, como unas fauces feroces, devoran todo cuanto logran y piden cada vez más.

Se plantea entonces aquí, una pregunta ética, en la sociedad del rendimiento, en los contextos de un capitalismo a ultranza, que involucra también la acumulación de saberes, y representaciones de los mismos, en términos de títulos, diplomas y reconocimientos como producciones comprendidos como logros. 

Y esta pregunta ética ha de conducirnos a aquellos que estamos en la salud mental, aquellos responsables de las pedagogías y la educación, comenzando por las expectativas de las sociedades, y en particular de cada familia, cuál va ser la prioridad de esas expectativas en relación a las nuevas generaciones y qué cosas pondremos en riesgo entonces, en pos de esos ideales, de la subjetividad y el sufrimiento humanos”.

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