El público es voluble, impredecible y caprichoso. Pero nunca tanto como el público dominicano. El dominicano es además antojadizo. Tanto que apuesta por lo que le dé.

Algunos artistas de máxima calidad aquí no solo no han podido llegar, sino que son desconocidos para el gran público. Por ejemplo, la mejor orquesta cubana, Los Van Van, o el mejor grupo de humor que ha existido: Les Luthiers, de Argentina, quienes ya están siguiendo el camino de Serrat. Les Luthiers se despiden tras haberse presentado en más de 100 países durante décadas de trabajo. Mientras tanto artistas mediocres como Bad Bunny o Ricardo Arjona han sido recibidos como si fuesen Rolling Stones. Pura obstinación.

No importa que las boletas cuesten lo que sea. El público dominicano es tan cabeza dura, que coge préstamos, y compromete el alquiler de la casa por ir a ver al Alfa o a Angel Dior, quien probablemente tenga que cambiar de nombre y usar, si se pone de acuerdo, Angel “Tony Boga”.

El público dominicano es capaz de echar palante sus ahorritos e irse a Altos de Chavón a ver un show y en cambio, es incapaz de ir gratis a ver películas interesantes en cines que más céntricos no pueden ser.

El dominicano que tiene cuartos, es capaz de irse a Nueva York a ver en el Carnegie Hall a Nathalie Peña Comas, pero probablemente pida que le regalen una boleta para ir a verla aquí, en el Teatro Nacional.

El público dominicano es tan, pero tan, pero tan sui géneris, que con tal de irle en contra al Licey, es capaz de apostarle al equipo extranjero en la final de la Serie del Caribe. Bueno, para muestra un botón, los aguiluchos fueron capaces de fabricar su propia versión del uniforme con verde y amarillo, en apoyo a las Estrellas Orientales en contra de los azules.

En fin, el público dominicano es digno de estudio por científicos de la NASA, de la universidad de Harvard y el Instituto Antropológico de San Petersburgo, porque esto no hay quién lo entienda.

Pero eso sí. Los dominicanos son los más hospitalarios de la bolita del mundo. Punto.

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