La Ley de Mecenazgo está en peligro. A buen entendedor, pocas palabras. Los pícaros de siempre, que parecen salidos de las páginas de El Lazarillo de Tormes, El Periquillo Sarniento o de Historia de la Vida del Buscón, andan al acecho. Allí donde hay un filón para sacar ventaja, aparecen como moscones.

El mecenazgo es cosa antigua en la cultura dominicana, y hay familias que se han caracterizado por aportar cientos de millones en el desarrollo del arte dominicano. Ahí están el Museo Bellapart y el Centro León, como dos ejemplos cimeros del mecenazgo.

Hay personas que llevan trabajando más de una década en la ley, desde su misma concepción, aportándole su esencia democrática, inyectándole conocimiento profundo de las esencias de la estética, insuflándole carácter de libertad y de ecumenicidad.

Llegados a último minuto le ponen trampas, borran la palabra amor del diccionario con que ha venido creciendo esa pequeña planta, desde que fue semilla.

Algunos de los últimos pasos dados dentro de la maquinaria que se ocupa de sus menesteres, parecen dictados para abrir camino a los pícaros.

El movimiento cultural, que está perfectamente desmontado, ni mira para allá. A lo más protestan porque piensan que el teatro no está incluido. Y sí está incluido. O la música. O la literatura.

La realidad es que la Ley de Mecenazgo tal y como fue concebida en verdad es “libre, azul, democrática” como diría Nicolás Guillén. Inclusiva.

Pero ojo, que puede convertirse en una ley de mentiritas.

Elías Canetti lo diría de este modo: “Hay que defenderse de todo lo que somos, pero de tal manera que no lo destruyamos”.

La ley de Mecenazgo hay que defenderla con las uñas. Es una herramienta que no solo dignifica la cultura dominicana, sino que se convierte en una fábrica de desarrollo humano. Claro, eso siempre y cuando no caiga en manos de los pícaros que acechan.

Ojo, artistas, creadores, gestores: la Ley de Mecenazgo está en peligro.

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