Acogí a mi gato Ashy por compasión, tras un sobrino rescatarlo recién nacido de un basurero. Ni imaginar que dos años después sería uno de mis grandes amores y, para mi pesar, no correspondido. Temeroso, desconfiado, retraído y escurridizo, Ashy rehúye caricias y mimos. Solo me permite tocarlo ligeramente cuando me busca para proveerle su alimento en la mañana. Pero dueño de una noble personalidad gatuna -es manso, dócil, humilde; amoroso y amistoso con todos los demás de su especie-, me enamoró, y encandilada por él aunque no él por mí, estoy contenta. Supongo que de eso se trata el amor: hacerle honor aun no lo tengamos. A propósito de este reciente Día de San Valentín.

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