Una amiga dejó tajantemente prohibido en su casa abrirle puerta a empadronador alguno del décimo censo nacional de población y vivienda. En su condominio todos los residentes convinieron, “por su seguridad”, reservar un área común para ser entrevistados. Muchos más residenciales capitaleños han tomado medidas así, se sabe, y este desalentador estado me remontó a mi particular experiencia durante el censo de los 80, en el que fui empadronadora. Nadie tenía miedo, transité mi zona geográfica sola, era bienvenida en las casas, con aplausos, a puertas abiertas. ¿Qué nos ha pasado? ¿Por qué de cálidos y abiertos hemos cambiado a desconfiados de todo y de todos, inseguros y temerosos? En parte, por lo que antes no había: delincuencia.

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