Amediados del siglo XIX y principios del XX, y en el contexto del surgimiento de ideas liberales que desafiaban el orden establecido, surge el movimiento feminista.
Se quería libertad de decisión para los individuos, y el que a las mujeres se les prohibiese votar y ser dueñas de una propiedad, era totalmente incoherente con los cambios de mentalidad de la época.

El movimiento logró reivindicaciones importantes para la mujer, que en ese entonces estaba sometida a la familia y a la Iglesia. Y las mujeres que abanderaron ese movimiento lucharon porque se las tratara igual que a los hombres (no mejor, por ser mujeres).
Que se les permitiera trabajar de noche (se les tenía prohibido “por su seguridad”) y que se les pagara lo mismo. Pidieron igualdad, nunca privilegios. Y a ellas les debemos que podamos votar, que seamos autónomas y que tengamos acceso a la propiedad privada.

Este es el primer feminismo, totalmente compatible con la libertad individual y con el ser responsable por las decisiones que se toman. Un feminismo liderado por verdaderas heroínas.

Un ejemplo de ese tipo de feministas es Margaret Thatcher, quien fue la primera mujer primer ministro de su país, y jamás se presentó como “victima por ser mujer”. Demostró que era grande por su talento, su forma de pensar, su valentía y las políticas inteligentes que implementó.

Luego vino otro feminismo. El de ahora. Que es otra cosa…
Un movimiento absurdo, injustificado, ridículo… Aquí las líderes son marxistas y resentidas. Ninguna puede exhibir ningún logro que no sea el de gritar con vulgaridad. Invitan a no depilarse, a detestar a los hombres, a que se les asignen cuotas de poder y privilegios (por el mero hecho de ser mujeres).

Este, el de ahora, debería de avergonzarnos a todas.

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