Señor director. Todos, o la mayoría de los seres humanos, en algún momento de nuestra vida nos damos cuenta de que fuimos encarcelando emociones, enterrando vivas situaciones dolorosas y ofensivas, negándonos a enfrentar y curar heridas a las que les prohibimos sangrar, para aparentar que no nos habían dañado o habían cicatrizado de inmediato, pero lo único que logramos, fue ahondar más su llaga infecciosa, adentrándonos en un mundo de odios, resentimientos y rencores venenosos, que terminaron carcomiéndonos por dentro.

Al avanzar los días y años sin buscar soluciones a estos encierros traumáticos, empiezan a aflorar otras dolencias físicas y psíquicas, por lo que debemos ir abriendo celdas, desenterrar las ofensas y permitir que la sangre corra, para sacar toda esa purulencia, para limpiar y desinfectar las heridas y dejar ser a las emociones retenidas, reconocerlas, sentirlas a flor de piel, digerirlas, para dejarlas ir y devolverles su libertad.

Cada emoción es una paloma mensajera que viene a traer un mensaje importante, si la encerramos en nuestro interior, no le permitimos regresar, la secuestramos. Con esa actitud, también nos secuestramos, y con cada paloma encarcelada, también estamos encarcelando una parte de nosotros. Cuando esas partes se sigan sumando y no soportemos el constante revoloteo de las palomas, golpeando tan fuerte que ya no podamos más, sentiremos un enorme vacío e inconformidad que nos hará reflexionar y buscar interiormente las razones para sentirnos así.

Al hacerlo con sinceridad y amor a nuestra persona, descubrimos una belleza en cada episodio vivido, que había pasado inadvertida. Ahí empezamos el camino hacia el verdadero propósito, se hace la luz en medio de tanta oscuridad, y nuestros ojos adquieren un brillo diferente, luminoso, y el corazón palpita en otra frecuencia, porque empezamos a amar la vida.

Poco a poco iremos notando que hemos cambiado, somos otra persona, amable, serena y feliz, iluminada por dentro, irradiando toda esa luz hacia afuera. Con un aura que transmite alegría y amor, rejuvenecemos, desprendemos tantas alegrías que solo encontraremos sonrisas a nuestro alrededor, pues todos se volverán nuestro reflejo.

Abramos las celdas que permanecen cerradas, curemos las heridas del corazón. Si no estamos en ese proceso de reconocimiento, no lo demoremos, prestémonos atención, no nos reprimamos ni autocastiguemos, no nos privemos de amarnos y amar. No nos censuremos, o seamos avaro de sentimientos…, expresémonos, mimémonos, respetémonos, y más que todo, amémonos. Dejo esta reflexión de autor desconocido.

Hay que sanar

Tuve que alejarme para sanar, porque eso hacemos los valientes, SANAR.
Sanar para no repetir los mismos errores.
Sanar para no matar mundos ajenos.
Sanar para no ensuciar otros corazones.
Sanar para no herir.
Sanar para no dar amor a medias.
Sanar para no ser conformista.
Sanar para darme cuenta que las flores
crecen en los jardines y no en el desierto.
Sanar para no autodestruirme.
Sanar para limpiar mis adentros…
Y aunque mi garganta cargaba miles de
nudos.
Y aunque creía casi imposible dejar viejas costumbres, quise sanar, porque eso hacemos los valientes.
¡Perdonar! ¡Soltar! ¡Amar! ¡Sanar!
Idalia Harolina Payano Tolentino
Colaboradora

Posted in Correo de lectores

Las Más leídas