Señor director. Desde que tuvo origen en el corazón del hombre la envidia y la ambición, o mejor digo así; desde que se sembró la semilla de la comparación, germinaron la envidia y la ambición, y dieron frutos venenosos a su alrededor, de los cuales comió el hombre, como aquella famosa manzana de la discordia, que los hizo verse diferentes y menospreciarse. Para ocultar su menosprecio, algunos recurrieron al autoengaño, decidieron vanagloriarse, imponiéndose sobre aquellos que en su menosprecio, se sintieron inferiores. De ese enseñorearse surgieron los déspotas y tiranos.

Matar la sociedad humana, su dignidad, sus derechos, su lugar en la cadena alimenticia… Condenarla por su pasado y sus costumbres, someterla a explotación y dominio inescrupuloso, cercenar su sexualidad y hacer de sus cuerpos una máquina de consumo y producción o un vil museo de cera (cuerpos vacíos), sin tomar en cuenta su privilegio de razonar y tener libre albedrío, su conexión con la divinidad y la importancia de su papel en la sustentación y evolución armónica de la vida y la existencia en general, es como castrar al planeta para que no se reproduzca ningún tipo de vida en él.

Eso de romper con todos los esquemas antiguos, tirar por la borda los valores morales y las normas de convivencia con respeto y consideración al prójimo y a uno mismo, es agotador y destructivo, es como cabalgar a diario en el océano. Pues en esas estamos, se nos ha hecho casi imposible vivir confiados, tranquilos y relajados, la vida se ha vuelto un cabalgar en el océano, que aunque tal vez resulte novedoso y excitante al principio, mantenernos en ese ejercicio como algo rutinario, trae consigo fuertes malestares físicos, además de emocionales y psíquicos. Terminaremos aborreciendo a la naturaleza, la libertad de la vida, y sobre todo nos repudiaremos a nosotros mismos, viviremos con rabia interior y no tendremos una existencia digna, libre y feliz.

Los humanos gracias a nuestra ambiciosa inteligencia, hemos surcado los cielos, los mares y la tierra, pero no nos atrevemos a surcar nuestro ser interior, que está más cercano, que es más asequible y contiene todas las respuestas que seguimos buscando en el exterior. Olvidamos lo más esencial de nuestra existencia y nos empeñamos en dirigir, gobernar, dominar y manipular las especies, incluyéndonos a nosotros mismos. Quedarnos solos con nuestra triste humanidad es atemorizante, por miedo a que lo que encontremos nos desagrade. La vida no es caminar sobre alfombra roja bajo aplausos, tampoco sobre un campo minado, o permanecer hacinados, es sencillamente lo que le permitamos y nos permitamos ser, creamos nuestras propias experiencias.

La semilla de la comparación vive latente en nuestro interior y germinará si le damos la oportunidad de hacerlo, si le damos poder sobre nosotros, y la causa de nuestro miedo se debe a que no podremos soportar sobre todo, nuestro auto rechazo.

Soltemos esa necesidad de aturdirnos y escabullirnos de nosotros mismos, dejemos de cabalgar en el océano de nuestras dudas y temores y seamos nuestra mejor versión.
Idalia Harolina Payano Tolentino
Ciudadana

Posted in Correo de lectores

Las Más leídas