Señor director. Una de las teorías del origen humano dice que provenimos del agua, que fuimos ameba y empezamos a salirnos del agua y sufrir transformaciones hasta que fuimos adaptándonos al exterior, adquiriendo atributos y formas diferentes hasta llegar a ser los humanos que originalmente fuimos. Que luego nos fuimos desplazando a diferentes puntos de la tierra y desarrollamos características de acuerdo al clima y las necesidades de supervivencia (de ahí surgieron las diferencias del color de piel, el tipo de cabello y los rasgos físicos más notorios), y además al tipo de alimentación, que fue variando según lo que nos ofrecía la naturaleza en cada lugar… Sin dudas la evolución es palpable y conlleva tiempo; para confirmarlo, nuestro cuerpo es más agua que cualquier otra cosa, al igual que el planeta. El de dónde procedemos, el cómo y el cuándo, no es lo importante, ni siquiera el por qué, lo relevante es el para qué estamos y lo que hagamos con eso.

Antes de nacer permanecemos nueve meses dentro de una especie de burbuja, flotando en su interior, y se dice que ya afuera, seguimos viviendo dentro de una burbuja, y en ella dejamos entrar a quienes amamos y nos son necesarios sus afectos, o a quién nos plazca tener a nuestro lado, y como no hay cabida para muchos, todo lo demás queda fuera de ella, de nuestro mundo.

Las cosas que están fuera pero cercanas, nos afectan y preocupan, y todo lo que se nos escapa de la visión, que sabemos lejano, tiende a no ser importante, porque creemos que nunca nos llegará a rozar y quebrar nuestra burbuja (el virus actual rompió ese esquema).

Alguna vez nos preguntamos ¿Por qué cada cual vive enfocado en su entorno y todo lo demás resulta vago, lejano o indiferente? Tenemos un círculo de interacción reducido en cuanto a emociones fuertes y verdaderas se refiere (el familiar y los amigos entrañables), todo lo demás es superficial y temporal.
Nos protegemos en una burbuja pues tenemos miedo a lo desconocido, a ser desestimados, tememos a lo que creemos perfecto, lo sentimos superior y nos desmoraliza la autoestima, de ahí las desavenencias, la envidia, y la hipócrita adulación.

Cada cual crea su propio mundo, lo defiende y trata de mantenerse a salvo, por eso cuesta entender el de los demás y ceder. La empatía o generosidad de valorar cada mundo ajeno, creado con el mismo anhelo y amor que creamos el nuestro, escasea. Lo importante es cómo percibimos ese mundo, si en realidad sentimos necesidad de defendernos de él.

Lo ideal sería romper esa burbuja mental nosotros mismos, y dejar salir nuestra verdadera esencia con valor, alegría y gozo, sin importar nada más. No entendemos que todos somos burbujas salidas de la misma agua de jabón, con los mismos derechos de flotar libremente, de hacer nuestras propias piruetas, y elevarnos hasta donde podamos con gracia y belleza, tratando de no colisionar, y llegada la hora, sucumbir con dignidad.
Si todo fuera diáfano, no tuviéramos miedo, pero es tan confuso…
Idalia Harolina Payano Tolentino
colaboradora

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