Señor director. Los opuestos siempre han sido el tema obligado en cualquier ámbito de la vida, sin uno, no existe el otro. Si no existieran los cobardes, no existirían los abusadores. ¿Quién resulta ser el culpable mayor, el que golpea, o el que se deja golpear? Generalmente la culpa mayor recae en el que golpea, pero ¿Quién nos manda a dejarnos golpear?
Si vemos este asunto desde su raíz, en ambos casos somos cobardes y abusadores a la vez, víctimas y verdugos al mismo tiempo, porque el cobarde fomenta el aumento de abusos y se alimenta de ellos, y los abusadores se dejan provocar para actuar como cobardes maltratadores, ya que son manipulados desde el miedo de sus adversarios.

Suena fea esto, pero el único triunfador aquí es el miedo, si al sentirlo no nos paralizáramos, o no nos engrandeciéramos, seríamos capaces de enfrentarlo y detenerlo, para evitar cualquiera de estas dos posiciones extremas, la de ser víctima o verdugo.

Nuestra sociedad siempre ha estado formada por bandos contrarios, que interactúan y se benefician unos de otros, unos pisoteando, y otros incitando a pisotear…

Ricos y pobres, todos tenemos igual condición humana, solo la comparación nos hace diferentes (superiores e inferiores). La riqueza mayormente carece de humildad y nos convierte en verdugos, y la pobreza mayormente carece de autoestima y nos convierte en víctimas, cada uno se regodea y revuelca en su propio fango. Pero volviendo a la raíz del asunto, en ambos casos somos verdugos y víctimas a la vez. Unos por mucho y otros por poco, pero solo en apariencia, en la profundidad del Ser, estamos al mismo nivel, pero lamentablemente lo ignoramos. El miedo de unos, hace crecer el valor de los otros, los hace sentir superiores.

Venimos al mundo, bien equipados, a menos que nos falten algunas extremidades o tengamos algún déficit cerebral, etc., y aun así, venimos equilibrados. Me pregunto ¿Por qué no tenemos el coraje o la inteligencia y sabiduría suficiente para mantener ese equilibrio en todo momento de nuestra vida?

Se debe mayormente a nuestra formación, donde fuimos doblegados desde la niñez y nos resignamos, sin siquiera tener el valor de cuestionar los decretos o etiquetas que nos fueron impuestos. Según vamos creciendo y consumiendo negatividades, nos vamos atrofiando, y nos falta valor para conservarnos sanos y fuertes.

Venimos completos, así somos en nuestro interior, y de nosotros dependerá convertirnos en amorfos o dispares, el ingrediente que nos hace así, es el miedo. Para mantenernos completos, es indispensable el reconocimiento de nuestra valía y la de los demás, que se sustenta por la fe en uno mismo, y el amor y respeto que nos profesemos, y les profesemos a los demás. De esta manera no habrá ni víctimas ni verdugos, ni cobardes ni abusadores, sino más bien vencedores…

Todos hemos tenido victorias en nuestra vida. ¿Por qué darnos por vencidos cuando tenemos un potencial inagotable de fuerza interior, un caudal de amor incondicional y un suministro interminable de vida eterna? Sumado al privilegio, de compartirlo con nuestros semejantes.
Idalia Harolina Payano Tolentino
Colaboradora

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