Los humanos se distinguen de los demás seres vivos por sus complejidades y peculiaridades, por modificaciones que experimentan a lo largo de su vida. Cada cual tiene una personalidad, un carácter, convicciones que definen su conducta, sus propósitos vitales. De ahí que la coherencia sea una virtud que propios y contrarios aprecian, aunque se tenga que relativizar circunstancialmente. Pero cuando esa cualidad se echa a un lado, cuando se borra con el codo lo que se escribió con la mano, cuando se traspasa una línea determinada, el parecido con los que después de toda una vida renegaron de lo que defendieron antes con vehemencia, suele decepcionar. No está mal cambiar o aliarse coyunturalmente; lo malo es renunciar a esa esencia con la que se ha forjado una identidad.

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