57 años después

La caída de Trujillo en 1961 marcó el principio del fin de una era, la tiranía más cruel conocida hasta entonces en el continente americano.

La caída de Trujillo en 1961 marcó el principio del fin de una era, la tiranía más cruel conocida hasta entonces en el continente americano.

Pero ese inicio no significó el fin del trujillismo. La marca dejada por el despotismo instalado en 1930 fue demasiado fuerte en la todavía joven República, en la forma de vida, en la gente.

Desde el mismo momento en que se instaló en el poder, el terror y la violencia fueron los principales recursos para imponer su voluntad omnímoda: “En esta casa manda el Jefe”, por encima de Dios, profundamente entronizado en los valores espirituales de los dominicanos.

La oposición fue esquilmada desde los mismos inicios. El asesinato brutal de Virgilio Martínez Reyna junto a su esposa Altagracia Almánzar, en San José de Las Matas, Santiago, el 1 de junio de 1930, fue un mensaje terrorífico de lo que vendría. Un crimen atroz de un hombre enfermo, su mujer embarazada, anunciaba la persecución implacable contra los opositores, hasta la huida, el exilio, o la muerte.

La represión era regla y las precarias instituciones quedaron a su servicio para moldear la población al nuevo orden. Las personas no necesitaron mucho tiempo para adaptarse al trujillismo durante 30 años, más que una larga noche, una pesadilla.

Hasta el 30 de mayo de 1961 cuando balas justicieras le dieron merecida muerte en la autopista que hoy lleva ese mismo nombre. Allí cayó el tirano, pero no el régimen, pues si bien desde entonces los dominicanos comenzaron a percibir el sentido de la libertad, no se liberarían de las sombras, los lazos dominantes, el autoritarismo enraizado en la mente criolla, en el uso abusivo del poder y el desprecio por las leyes y las instituciones.

El “orden” de Trujillo que muchos asocian convenientemente a la paz, no fue más que horror, terror, miedo, o en el menor de los casos, un estado de alienación colectiva como medio de dominación que se prolongaría en la sique nacional más allá de su caída.

Un heredero de Trujillo pretende revivirlo bajo una absurda oferta de seguridad. La Nación merece mejor destino. Debe fortalecer sus instituciones para que nunca jamás volvamos a aquella larga noche.

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