El chisme solía originarse en la familia. Luego en el barrio, hasta migrar a los medios. Pero el chisme nunca ha alcanzado alguna dimensión que no sea la miseria humana en que se anida. Es parte del submundo y surge de los más bajos instintos, aunque sobrevive de diferentes maneras.
Al papa Francisco no le es ajeno y dice que el chisme es una “plaga peor que el Covid”, porque busca dividir a la Iglesia católica. Lo abordó durante la misa de bendición semanal en el Vaticano: “Por favor, hermanos y hermanas, tratemos de no chismear… El chisme es una plaga peor que el Covid. Peor. Hagamos un gran esfuerzo: ¡no chismes!”.

Es decir, que el chisme circula en las comunidades religiosas y sociales en general. En un sentido más amplio, se ha establecido en las redes, donde ha crecido otra expresión asociada: las falsas noticias y las perversiones que las motorizan.

Así, mientras el chisme podría correr a partir de una información falsa o parcialmente cierta, las falsas noticias surgen de la maldad incubada por espíritus maledicentes, con el propósito de dañar. Frecuentemente persiguen el chantaje, si son levantadas contra individuos débiles de carácter o víctimas del miedo.

Las falsas noticias se inventan sobre supuestos quebradores de esquemas, para impactar, para llamar la atención.

Los incautos reproducen esos inventos y se convierten en instrumentos de los malvados, que por algún tiempo disfrutan sus perversiones.

Eso ocurre porque las sociedades aún no accionan con la debida firmeza ante esta clase de delincuentes que actúan con el deliberado propósito de destruir reputaciones, como sicarios mediáticos.

Cuando las autoridades decidan perseguir esta clase de delitos, esos individuos volverán a sus madrigueras, persuadidos de que recibirán las debidas sanciones.

Por fortuna, sus maldades nunca llegan demasiado lejos, no importa cuántas veces repitan sus mentiras. Esos miserables caen ante la tozuda realidad.

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