Al influjo de las redes sociales se ha producido una degradación del debate de temas que atañen a toda la sociedad.

Su calidad deja mucho que desear quizá por el predominio de lo diletante y de lo insulso.

Con el agravante de que personas de cierto nivel que incursionan en esas redes en vez de elevarse descienden y hasta se niegan a volar alto, como la gaviota Juan Salvador, para mirar lejos.

Imperan las acusaciones y contraacusaciones; los dimes y diretes y el ojo por ojo, una suerte de tú me tiras las cajas y yo te tiro los cajones, sin aportes sustanciales y sin rectificaciones de ningún tipo porque todos se consideran propietarios de la verdad.

Inclusive, no hay autocríticas, pues ensimismados en sus mundos todos ganan, con la peculiaridad, cual ranchera mexicana, de que se cantan y se lloran, y su apuesta principal es el fracaso del otro.

Pero algo bueno se puede sacar de estos tiempos de nuevas tecnologías y de redes sociales, lo que quizá ayude a que desaparezca del debate el espíritu “trespatinesco” de que si se mete la pata y se la saca pronto queda bien: Que ahora en un abrir y cerrar de ojos el embarre puede ser total.

Y, peor todavía, que el disparate o el pronunciamiento inoportuno te lo tengan guardadito para enrostrártelo cuando cambies de opinión, como acontece ahora con funcionarios, del actual gobierno y del pasado también, que darían la vida para que desaparezcan opiniones de las que hoy reniegan.

Eso debiera servir de experiencia y ser tenido en cuenta principalmente por gente que ocupa funciones públicas y por personas relevantes, obligadas a ser comedidas al hablar, o tener a su lado al que hable por ellas.

No es un consejo por ni para alguien en particular, sino por la baja calidad y poca elevación del debate, y porque hay quienes ni siquiera los asuntos de su incumbencia tratan con propiedad.

Finalmente, otro consejo; que aprendan de una sabia expresión que es un llamado a la prudencia: “Por la boca muere el pez”.

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