A propósito de la conmemoración este miércoles del 209 aniversario del natalicio de Juan Pablo Duarte, vale rescatar lo que puntualizamos ayer por el Mes de la Patria que se inicia hoy con actos oficiales en la provincia que lleva el nombre del patricio: “La ocasión se presta para reivindicar y loar a todos los que a lo largo de nuestra historia han mantenido encendida la antorcha de la dominicanidad”.
En efecto, honrar y recordar a Duarte por su sacrificio, es rendir honores a un verdadero dominicano con lo que, de paso, contribuimos para que el pueblo no se olvide de su esencia y que no lo distancien de su identidad.

“Vivir sin Patria es lo mismo que vivir sin honor”, sentenció. Y no fueron solo palabras, porque Juan Pablo Duarte predicó con el ejemplo.

En su natalicio, rescatamos su figura excelsa y la protegemos de los que pretenden quitarle toda sustancia para convertirlo en una momia histórica y dejarnos a merced de designios foráneos.

Duarte conocía muy bien a los que se acomodan a toda circunstancia en busca de su propio beneficio, sin patria ni bandera, que es lo mismo que renunciar al honor, y los identificó como la “fracción miserable, de intrigas y sórdidos manejos” de la que dijo que ni siquiera merece la muerte, sino el desprecio.

A lo largo de la historia de este sufrido pueblo han sido muchos los dirigentes y los representantes de las élites poderosas que han tratado de usar la imagen y el discurso de Duarte para justificar sus maniobras, cuando en realidad estaban haciendo todo lo contrario de lo que el patricio hubiera soñado para su patria.

De ahí que cualquier coyuntura histórica será siempre propicia para recordar esta proclama suya: “Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones”.

No es un Duarte dibujado lo que rescatamos, sino un hombre real que fue capaz del más enorme sacrificio por la libertad de su patria.

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