Dos hechos que ensombrecen el panorama económico mundial, y proyectan un grave y peligroso descalabro, se produjeron el fin de semana y retan a que de inmediato se procure una salida pacífica y satisfactoria a la situación en Ucrania.

De un lado, India –el segundo mayor productor de trigo después de Rusia– prohibió la exportación del grano por riesgos para su seguridad alimentaria y, del otro, el G7 (que reúne a las principales economías del mundo) advirtió sobre una crisis alimentaria y energética global, que afectaría más a los países pobres, y que llevaría a la hambruna hasta a 50 millones de personas en África y Oriente Medio.

Una medida urgente sería, dice el G7, desbloquear los depósitos de grano que Rusia retiene en Ucrania, observación hecha antes de la decisión de India, país que no condena la invasión, lo mismo que China, lo que complica aún más la situación.

Hay que recordar que el G7 está formado por Gran Bretaña, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón y Estados Unidos, a los que Rusia acusa de estar, por delegación, involucrados en la guerra.

Si no hay un compromiso serio para finalizar el conflicto, no solo habrá hambruna en una parte del mundo sino que, y ya lo sentenció el FMI, se intensificará y tendrá un serio impacto económico global, con terribles efectos colaterales en las economías y mercados financieros de las naciones más comprometidas con las sanciones a Rusia.

Ningún país ha estado exento del repunte de los precios de la energía, de las materias primas y del barril de petróleo, lo que ha traído el aumento de la inflación que ya vivía el mundo por la pandemia y se yergue como un fantasma que perturba y desestabiliza gobiernos.

Doblar las apuestas por esa guerra e introducir cada día nuevos elementos para que perdure, tal vez obedezca a intereses económicos y geopolíticos particulares, pero perjudica, algo que es perfectamente demostrable, a la mayoría de los países del mundo, entre ellos los menos desarrollados, que son los que ya están perdiendo, sin estar metidos en esa guerra “insensata y cruel”, como la califica el papa Francisco.

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