Se atribuye al poeta francés Paul Valery la frase que dice: “La guerra es una masacre entre gente que no se conoce, para provecho de gente que sí se conoce, pero no se masacra”.
La citamos porque consideramos más que propicia la oportunidad para, en coincidencia con el 79º periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, cuyo tema para este año es “Actuar juntos en pro de la paz”, convertirlo en escenario para morigerar el verbo belicista de los principales “líderes” de los países involucrados en conflictos armados.
Es lo menos a lo que se puede aspirar, porque las guerras en curso tienen la peculiaridad de que todas escalan, sin atisbos de menguar en lo inmediato y, por el contrario, son atizadas por esos mismos personajes.
La realidad geopolítica es un archipiélago de guerras y conflictos que compiten en relevancia, y con armas nucleares incluidas, lo que coloca a la humanidad, como ha dicho António Guterres, secretario general de la ONU, “a un error de cálculo” de la hecatombe definitiva.
Existe un “infantilismo bélico”, en opinión del papa Francisco, con presidentes y caudillos a los que poco les importa involucrar a los pueblos en sus guerras, mientras pretenden subestimar sus horrores e ignoran que de por medio hay vidas humanas, poblaciones y países.
Pese a que a la vista no hay voluntad para una negociación seria, quizá la Asamblea General pueda servir de marco para reducir las tensiones, porque mal podrían acudir allí esos estadistas a echar más leña al fuego y a exhibir poses mientras en la práctica se comportan como el bombero loco, que apaga el incendio con gasolina.
Y aunque pocas veces como a finales de septiembre de cada año coinciden en el mismo lugar esos “líderes”, y aunque la ONU ha devenido en un organismo indefenso e inútil, persiste la esperanza que lleva a exigir el cese de las demostraciones de fuerza que preanuncian una posible tercera guerra mundial.
Los amantes de la paz deben estrechar filas junto al Santo Padre, el único liderazgo mundial que se yergue por encima de las pasiones, sin sesgos ni hipocresía, e implorar para que se iluminen las mentes de quienes tienen el poder de acallar las armas y terminar de inmediato con las guerras insensatas, como él las califica.