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El problema del hambre, una preocupación permanente para la humanidad en toda su historia, vuelve a presentarse con alarmante intensidad, en un marcado retroceso de los avances que se habían logrado en los últimos años para contrarrestarlo.

Lo lamentable, e incluso condenable, es que no se trata solo de un problema de cifras y estadísticas más o menos actualizadas, sino del drama de vidas humanas expuestas a la malnutrición, a la imposibilidad de conseguir la mínima ración de alimentos para sobrevivir, y que están condenadas a enfermedades y a muertes prematuras.

Los cálculos y proyecciones, desoladores por cierto, indican que el número de personas afectadas por inseguridad alimentaria aguda habrá aumentado en más de 220 millones entre 2019 y finales de 2023, debido en gran medida a los conflictos, al cambio climático y las perturbaciones económicas, agravados por la pandemia de COVID-19.

Según el Informe Mundial sobre las Crisis Alimentarias, elaborado por la ONU, la Unión Europea y distintas ONG, en América Latina y el Caribe, 17.8 millones, el 27% de la población analizada está expuesta a altos niveles de inseguridad alimentaria aguda. En El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras y Nicaragua el número de personas en situación de inseguridad alimentaria aumentó de 12.76 millones en 2021 a 13.08 millones en 2022 y se espera que las cifras sean mayores para finales de 2023.

En las más recientes Perspectivas Alimentarias de la FAO, se establece que los sistemas de producción de alimentos en el mundo todavía son vulnerables a los fenómenos atmosféricos extremos, a las tensiones geopolíticas, a los cambios de políticas y a los acontecimientos en otros mercados (no alimentarios). También se explica la evolución de las políticas aplicadas desde mediados de octubre de 2022 hasta mediados de mayo de 2023, que inciden en los mercados de cereales, arroz, carne y productos lácteos.
La desertificación, la depredación de los bosques y el accionar de ciertas empresas y grupos desaprensivos que matan los ríos y los cursos de agua figuran también entre las causas del hambre.

Nuestro país cuenta con ventajas comparativas para afrontar el problema, y aunque depende de ciertas importaciones, la estructura productiva todavía puede generar la mayoría de los alimentos que la población consume.

Se impone garantizar el abastecimiento a la población, crear conciencia sobre la escasez en el mundo, y establecer políticas de distribución de los alimentos que impidan que ningún dominicano se vea expuesto al hambre.

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