La cumbre del G20 que arranca hoy en Bali, Indonesia, la número 17 y que congrega a las 20 economías más grandes, pudiera resultar la más importante de todas por la explosiva coyuntura internacional.
Su trascendencia radica en la posibilidad de distensión en las relaciones chino-estadounidense y de que se desbroce la ruta hacia negociaciones en firme para el final de la guerra en Ucrania.
El más halagüeño aviso lo dio en la víspera el cara a cara de más de tres horas de Joe Biden y Xi Jinping, cuando hace poco el presidente estadounidense amenazó al chino con ayudar militarmente a Taiwán en caso de una intervención, y recibió como respuesta “que no juegue con fuego”.
Ese tenso intercambio lo diluyó Biden en el fin de semana al decir que entre Washington y Pekín ha habido “pequeños malentendidos”.
No hubo comunicado conjunto del encuentro “amigable” de Biden con Xi Jinping, y difícilmente se conozca la verdadera agenda abordada, aunque se descuenta que estuvo el tema del comercio entre ambas potencias, lo de Taiwán y el fin de la guerra en Ucrania.
Precisamente el futuro de Ucrania sería tema primordial para encuentros bilaterales fuera de la agenda oficial del G20, pero es relevante que en los días previos se hayan generado mensajes de flexibilización en las posiciones de Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China.
Hay más de una señal de que la negociación para el alto al fuego en Ucrania es inminente, lo que no supone resulte de fácil solución, pero el hecho de que se comience a barajar esa carta muestra la intención de echar agua al vino.
El G20 de Bali despunta como la cita ideal para aminorar los discursos belicistas y las olímpicas, casi deportivas, amenazas de bomba nuclear y de tercera guerra mundial.
Atentos, entonces, a lo que pueda parir el G20 pues con los países presionados por una crisis económica que no hace excepciones y con un mundo literalmente patas arriba, podría marcar la diferencia con lo que han sido casi siempre estas cumbres: pura retórica y eufemismos.