Entre los muchos problemas y carencias que sacaron a flote los fenómenos naturales Fred y Grace figuran las precarias condiciones de vida de las personas que “residen” en zonas vulnerables, como también el desamparo y la miserable existencia de los sectores más pobres y carenciados de la sociedad.
Sirvieron esas aguas para enrostrar a las autoridades gubernamentales y municipales su ancestral descuido para el mantenimiento de los imbornales, así como el deficiente sistema de alcantarillado y drenaje pluvial.

Luego de la tempestad viene la calma, reza la conocida expresión, lo cual resulta relativo porque los damnificados y los que se vieron compelidos a abandonar sus hogares no la tendrán, tampoco los que fueron desalojados ni aquellos que perdieron sus ajuares.

Fueron lluvias que potenciaron un transporte público de pasajeros caótico, desorganizado, inseguro y deficiente, el que refleja la marginalidad social y el irrespeto a la dignidad, con gente apretujada y sudorosa que no tiene otra opción que utilizarlo para llegar presurosa a sus hogares.

Son estos aguaceros los que tienen la virtud de retratar la burla a los pobres con las promesas incumplidas.

Los que viven a orillas de ríos y cañadas y en zonas de alto riesgo recuerdan que con cada fenómeno atmosférico anterior les prometieron que los reubicarían y se mejoraría el curso de los afluentes que se desbordan.

Eso siempre ha sido así y unos pocos ejemplos patentes, aunque son abundantes, son los de El Callejón, La Javilla, Los Cocos, entre otros barrios de Hato Mayor, a donde en agosto de 2020 se trasladó prácticamente el Gobierno entero por la tormenta Isaías, pero resultó un puro bulto debido a que ahora con Fred y Grace se vivieron los mismos tormentos de aquella vez.

La furia de los ciclones, tormentas y depresiones tropicales desnuda las penurias de los que viven en zonas vulnerables y a orillas de ríos y cañadas, pero sirve también para desenterrar promesas de sucesivos gobiernos que dejan la sensación de que esa gente existe únicamente como mero oyente de discursos demagógicos, que se recitan desde el confort.

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