Ante la tendencia a bajar la guardia frente a la COVID-19, ayer sugeríamos que el gobierno debe lanzar una nueva campaña para que definitivamente la gente entienda la importancia de cumplir los protocolos de prevención para evitar contagios, y con ellos, las muertes.
Es poco probable que las autoridades hagan caso. Ellas tienen sus planes y hacen lo que entienden mejor. Tenemos una disminución de los contagios, pero persisten, como lo confirman los reportes diarios. Ayer, también fueron registrados cinco decesos.
Inquieta la tendencia de las personas individuales a desentenderse de las medidas de prevención. Y por eso hablamos de lanzar una nueva campaña.
Como todo, la rutina se impone y las personas se desentienden. Es la fuerza de la cotidianidad y la vocación de la gente de vivir a su manera. Ahí está el peligro.
Si bien no se relanza la campaña de prevención en los términos deseados, es necesario insistir en que la gente entienda el valor de uso de las mascarillas, el lavado sistemático de las manos y el distanciamiento.
Como se ha dicho, el uso de las mascarillas, hasta que no haya una vacuna, es la mejor medida que tenemos para evitar los contagios.
Al final, el cuidado es una responsabilidad de cada individuo, y si cada quien hace lo adecuado, contribuye a mantener baja la tasa de contagios. Pero la práctica sugiere que los colectivos sociales no siempre se someten al rigor de la regla y la disciplina tiende a corromperse.
Todo esto viene a cuento, la insistencia incluida, por el dato indesmentible de la creciente cantidad de ciudadanos en las calles sin mascarillas. O con ella en la barbilla, como guardando el pudor de la falta, pero desentendidos de los riesgos propios o de terceros.
Persistir en las mascarillas, en el distanciamiento y el lavado de las manos como una apuesta por la vida.
En fin, un reforzamiento de los medios de persuasión puede ayudar a evitar la amenaza de una segunda ola del enemigo número uno de la humanidad.
