Hoy es el Día de la Carta Magna en que se fundamenta el Estado dominicano. Ella nos define el sistema de gobierno, recoge los derechos y deberes de los ciudadanos, y toda la organización institucional de la República en el más amplio sentido, y esencialmente, en el principio de la separación de los poderes en que se afirma la democracia, que se renueva cada cuatro años con el voto universal de los ciudadanos.
El 6 de noviembre, fecha en que se aprobó su primera versión, será siempre un referente, especialmente para quienes entienden que la vida en sociedad cobra sentido cuando la Nación se asienta en un estado de derecho en todo el territorio nacional.
Para que mantenga su vigencia y alcance, cada cierto tiempo los ciudadanos deben renovarla, con vocación para el bien, como contrato que rige las relaciones entre todos. En esas circunstancias, lo ideal siempre sería que fuese el producto del diálogo, de consultas populares y en la búsqueda de consensos. No mediante la fuerza de un grupo dominante sobre los dominados.
En el curso de nuestra historia, ese contrato social ha pasado por estreses tremendos. En algunos momentos algunos gobernantes han intentado modificarla para perpetuarse en el poder. A veces lo consiguen, y en la generalidad de los casos, sólo ha servido para debilitarla como instrumento de cohesión social y política.
Pero ella sobrevive, aun cuando golpes barbáricos la han destrozado, como en 1963. O cuando se la veía como un pedazo de papel. Sin embargo, resurge siempre mejorada.
Ahora, nuestra Constitución, en su versión más acabada de 2010, es suficientemente explícita, desde la Nación, el Estado, su gobierno y organización, los principios, la organización política y administrativa y todos elementos que han de caracterizarla en una sociedad que aspira a un más elevado destino.
En fin, en este 6 de noviembre, celebremos la Constitución, defendiéndola como la base de nuestro sistema de vida, de la gobernabilidad, de derechos, de defensa de lo que somos: la Nación dominicana.
