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Ha sido generalizada la preocupación luego de haberse publicado una evaluación diagnóstica de la educación para medir los aprendizajes de los alumnos de tercero y sexto grado de primaria y tercero de secundaria.

Peores no pudieron ser los resultados en Lengua Española, Matemáticas y en Ciencias Naturales y Sociales, por lo que la aspiración es que la alarma y las recomendaciones no se disipen en cuestión de días.

Entre las sugerencias presentadas hay una que pocas veces se aborda como debería ser y que por haberla formulado el presidente Abinader adquiere más relevancia: que se eche a un lado la política partidista en el sector educativo.

El llamado del mandatario incluye a los políticos en particular, lo cual, si se lograse, sería un paso gigante porque uno de los mayores daños al sistema educativo proviene de la política y de los políticos.

Pero serían solo palabras si no existiese voluntad de llevarlo a la práctica y si los políticos no tuvieran a la ADP como punta de lanza para su proselitismo.

Un ejemplo es que ahora el PLD asume como triunfo partidista la presidencia en el gremio de Eduardo Hidalgo, lo que hizo el PRM cuando la victoria fue de su predecesora, Xiomara Guante, a cuya toma de posesión acudió la plana mayor del partido con Abinader y Paliza a la cabeza.

Además de la voluntad de los políticos, se necesita que hagan lo propio sectores de la llamada sociedad civil, que hoy aparentan estar al margen del debate, pero fueron protagonistas para la firma del Pacto Nacional para la Reforma Educativa, y que también desplegaron sus sombrillas amarillas para la asignación del 4% del PIB a la educación preuniversitaria. De ellos se esperaría que abran nuevamente sus paraguas, ahora para exigir un uso más racional de tantos recursos que hasta sobran.

Recordemos que el prometido salto en la calidad educativa con ese 4% no ha ocurrido, y que nuestros estudiantes no aprenden ni progresan, lo que da la razón a quienes aquella vez afirmaban que el problema no estaba en asignar más recursos.

El temor es que el clamor que ahora despierta la evaluación diagnóstica, como sucedió recientemente con el dramático informe “Ambiente escolar y situaciones de riesgo”, quede limitado a rasgarse las vestiduras y expiar las culpas con golpes en el pecho, para que luego la vida continúe su agitado curso como si nada hubiera pasado.

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