El rodamiento de las cabinas sobre el cable del “metro aéreo” construido entre Gualey y Sabana Perdida genera un ruido suave, pero persistente. Al principio no molestaría a nadie, excepto si le pasa casi rozando sobre el techo de su vivienda durante todas las horas del día.
Hay que imaginar que esas viviendas a las cuales el teleférico les pasa tan cerca, de gente pobre o de clase media baja o muy baja, tendrán que ser demolidas. Pero ¿cuándo? Esa es la gran pregunta que se hacen algunos vecinos de Gualey y otros barrios, con los cuales supuestamente quienes gobiernan la Unidad Ejecutora para la Readecuación de la Barquita y Entornos (Urbe) no terminan de llegar a un acuerdo.
Vivienda como la que está justo al pie de la estación central del teleférico, en Gualey, con una colindancia relativa mínima, a la cual le destruyeron otra vivienda casi gemela detrás, es incomprensible que siga ahí, y peor aún, que hayan postergado una negociación con sus dueños hasta hoy, poco antes de la inauguración del servicio, es incomprensible, por no decir un abuso. Esa gente que vive ahí ha soportado todo el ruido de la construcción de la estación, polvo y desechos.
Otras, que están debajo de los cables, a tan escasa distancia, es
inaceptable que las dejen en pie. Digamos que no haya nunca “riesgo de accidente”, pero no es de humanos que permanezcan ahí.
Hay un problema de estética. Los creadores de la obra lo saben. Por eso están pintando de colores demasiado uniformes la mayoría de las casitas. Pero eso no es suficiente. Los vecinos agredidos necesitan mejores y oportunas compensaciones, percepción de seguridad y algo de paz. Quienes deben ser
desalojados no se merecen que los sometan a una tortura como la que están sufriendo. Es injusto.
El Estado todopoderoso no puede condenar a esa gente de esa forma. Deben completar el desalojo. Hacerlo bien. Con sentido humano. Casos inaceptables en extremo deben resolverlos ya.
