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Se celebró ayer el Día Mundial del Medio Ambiente, cuyo origen es la Conferencia de Estocolmo de 1972, y se estableció en 1974, cuando el cambio climático empezaba a preocupar a los expertos y se firmaron los primeros convenios en contra de la explotación desmedida de la naturaleza y a favor de la preservación de los ecosistemas, de los que se nutre el ser humano y forman parte de su hábitat.
“Una sola Tierra” es la consigna escogida este año, que se repite cincuenta años después de aquella reunión en la que quedó formado el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), un lema que no ha perdido vigencia, y que apunta a la necesidad impostergable de modificar nuestros hábitos de consumo, de buscar formas de producción más limpias, menos contaminantes, y energías sostenibles.
La sobreexplotación, la destrucción sistemática de bosques y la extracción de agregados que termina por matar los ríos, la invasión de plásticos en el mar, más la contaminación de las aguas subterráneas y el calentamiento global que amenaza las zonas costeras por el aumento del nivel de los océanos, son realidades acuciantes que se agravan con el tiempo, mientras las reservas comienzan a agotarse.
Nuestro planeta es un conjunto de ecosistemas que se relacionan en un entramado que mantiene la vida, es decir que se trata de un conjunto de formas de vida de las que nos alimentamos, con las que construimos nuestras casas, con las que elaboramos el confort y las complejas estructuras de nuestras ciudades.
Cuidar y proteger esos ecosistemas es una manera, la única posible además, de proteger la vida sobre la tierra, de preservar el aire que respiramos y el clima en el que transcurre nuestra existencia.
La próxima década será crucial no solo para detener, sino para revertir ese proceso de degradación del medio ambiente, que debe apuntar a la erradicación de la pobreza, a una mejor distribución de los bienes y a preservar la naturaleza, porque tenemos “Una sola Tierra”, irreemplazable, y es la vida en todas sus formas lo que debe protegerse de la extinción definitiva.