Permítasenos en esta jornada sabatina, sin estar en debate ningún tema especial, divagar sobre la verdad, y partiremos de algo que dijo en una oportunidad monseñor Francisco José Arnaiz: “La verdad es insobornable y exigente”.
Es proverbial, además, la sentencia bíblica: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
Es mucho lo que se puede traer a colación para introducirnos en el tema, como la frase casi lapidaria de Cervantes: “La verdad bien puede enfermar, pero no morir del todo”, o la de Cicerón: “La verdad se corrompe con la mentira o con el silencio”.
Todas estas frases caen como anillo al dedo a quien, en el análisis o en el debate altere el orden de los hechos, que llevará las de perder porque la verdad, siempre, habrá de coincidir con la realidad.
Y lo decimos sin contradecir al refranero en que las cosas son según el cristal con que se miren, lo que es una verdad a medias.
A los hechos no hay manera de sustituirlos ni enmascararlos, aunque vale reconocer que en estos tiempos, al amparo de las nuevas tecnologías y de poderosas estrategias comunicacionales, es posible construir escenarios ficticios y sembrar percepciones sobre la base de la mentira y la falsificación, lo que según Gramsci “solo produce castillos en el aire”.
A la postre se sabe quién miente o quién incurre en la mala práctica de absolutizar una verdad parcial o de presentar la realidad sesgada.
Los que así actúan juegan a las escondidas con la verdad y, si se trata de temas trascendentales que tocan el futuro de la nación dominicana, no creen en la democracia como sistema que, en lo fundamental, se expresa mediante el consenso.
En lo que respecta a los periodistas, a los comunicadores en general, en toda circunstancia deben estar al servicio de la verdad a partir de una clara diferenciación entre los hechos y las interpretaciones.
Y tratar los hechos al margen de humores personales, lejos del apasionamiento que contamina la noticia o lleva a tomar partido por intereses ajenos a la profesión.
