Queremos retomar algo que editorializábamos ayer por la vigencia del balaguerismo 19 años después de fallecido su líder: el accionar de una partidocracia esencialmente antidemocrática que se niega al relevo generacional y lo obstaculiza.

En efecto, es pura retórica cada vez que en el país se habla de una renovación de dirigentes, porque no hay condiciones ni posibilidades de que surja un liderazgo renovador.

En el terreno propiamente de la política resulta penoso que padres y hasta abuelos de jóvenes que activan y pelean por un espacio, se resisten al retiro y cierran el paso a las nuevas generaciones.

No necesariamente es que los más viejos tengan que resignar aspiraciones y echarse a un lado, pues ejercen un derecho y sus años de lucha les tienen reservado un sitial especial desde el que pueden aportar su experiencia.

Lo grave de esta situación es que ese ocaso que se niega a ceder espacio a la juventud no es exclusivo de la partidocracia.

Ocurre lo mismo en gremios y organizaciones de profesionales y de toda índole, cuyos dirigentes son eternos y ni siquiera pueden tomarse como fuentes donde los más jóvenes puedan ir a nutrirse de su trayectoria.

Que Balaguer, volvemos sobre el tema, y su manera de hacer política sigan muy presentes casi 20 años después de su muerte, es indicativo de que quizás ha llegado la hora de apostar a que en un futuro no tan lejano pudiera aparecer y trascender un liderazgo fuerte, con ideas y propuestas nuevas.

Tal vez sea el momento de que las clases dirigentes comiencen a entender que la historia de los pueblos es un proceso dinámico, en el que es posible involucrarse para actualizar las organizaciones al ritmo de los tiempos, en lugar de que esa misma historia les pase por encima.

De estos tiempos es una buena señal que Luis Abinader, que no pertenece a esa generación añeja porque al iniciarse el período de los Doce Años aún no había nacido, pueda edificar y solidificar su liderazgo incipiente, en construcción, el que no surge de herencia familiar ni de fortuna, sino de cualidades políticas intrínsecas.

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